13.5.07

SATRERIA ABORIGEN


Por Miguel Leal Cruz En este polémico apartado del debate histórico (al igual que en otras muchas culturas universales) se pretenden crear cánones fijos para determinar aspectos antropológicos y (en este caso) sociales como es la vestimenta que usaban nuestros antepasados; y así caer en el conocido tópico de afirmar (referido a estas Islas Atlánticas) que sólo usaban los llamados “tamarcos” de cuero, más o menos pulido, de ovejas o cabras, como prenda más habitual (según parece tanto en mar como en montaña). En consecuencia analizamos este aspecto de la “sastrería” aborigen, en algunas de las varias etapas cronológicas. La relación entre cuantificación del hecho desde su cronología paralela. Aquí en Tenerife, si nos acercamos la localidad de Candelaria y a la Plaza de la Patrona, nos encontramos con diferentes representaciones de la "nobleza" aborigen en magníficas estructuras esculturales en bronce, obra del gran artista en el género Pepe Abad, personaje de renombrado prestigio pero con poca historia en su haber, puesto que aquellos ancestros no eran tan perfectos ni tan musculosos, salvo que el artista se inspirara en Praxíteles o Miguel Ángel. ¡Qué se lo pregunten a los “gomeritas”, por ejemplo!Pero, al igual que otra magnífica escultura de Tinguaro en la Avenida de los Menceyes junto al Museo de las Ciencias, o el del Lance en Icod el Alto, éste sin ropaje alguno (entre otras representaciones insulares), aparecen con vestimenta primitiva y aspecto poco presentable. Se nos hace entender un salvajismo extremo (o un particular bucolismo como parodia del "buen salvaje"), difícil de entender en estas islas de escala y aprovisionamiento obligado desde siempre y, por tanto, muy frecuentadas por portadores de variadas culturas: preferentemente la mediterránea desde antes de la Era Cristiana o la berébere próxima, presente antes o después del Islamismo (siglos VII-XV), entre otras no estudiadas. Por tanto se acude a la Historia, al entorno y a su relación con otras poblaciones aborígenes, al paralelismo cultural o de coincidencia con pueblos con los que mantenían contactos frecuentes. Lo fue con Juba de Mauritania (siglo I AC), más tarde bizantinos (el profesor Marcos Martínez describe estos días un documento inédito del siglo X en que estos hablan del buen clima de Canarias); más tarde genoveses, mallorquines, portugueses, bretones o castellanos, con quienes están probados los intercambios comerciales hasta los inicios de la conquista. Cada hito histórico constituirá comportamiento diferente a estos efectos, como igualmente se aprecia en la cultura clásica grecorromana, se difumina en la oscura Edad Media europea para renacer en el siglo XIII-XV, como todos sabemos.En cuanto al entorno cultural próximo, se sabe de notables imperios en las próximas costas africanas, Niger, Ghana, que en sus correrías marinas frecuentarían estas islas abundantes en aguas y recursos. La antigua ciudad de Tombuctú es un claro referente de lo que se pretende, científicamente; mantuvo relación con otros imperios africanos y con los sultanes a través del desierto (o por navegación de cabotaje en la ruta de estas Islas). Dice un proverbio árabe: El oro viene del sur, la sal y el dinero del país del hombre blanco, pero los cuentos maravillosos y la palabra de dios sólo se encuentran en Tombuctú.El libro más leído de la literatura árabe es “Las Mil y Una Noches” (amplia recopilación de historias árabes noveladas) y alude en varios pasajes a estas Islas Canarias (No mencionamos ahora las expediciones de Necao o Hamnon circunvalando África antes de nuestra Era). Más que probables contactos de marineros, comerciantes o pescadores de zonas del Oeste Ibérico (Tartesos), Bretaña, Inglaterra y países del Báltico (los famosos normandos en su primera época) sin descartar los navíos comerciales de la Hansa germánica. Pueblos y culturas que desde épocas en torno a la caída del imperio romano por invasiones nórdicas, visitarían estas islas en virtud de diferentes motivaciones: tempestades, aventuras, pesca, comercio, búsqueda de nuevas tierras de asiento, huidas por enfrentamientos tribales, persecuciones religiosas, culturales, étnicas, por expediciones de monjes, captura de esclavos y de otro tipo. Alcanzarían las islas donde "por las buenas o por las malas", decidirían su ocupación local o parcial (fondos sólidos de factorías o de “hábitat” en San Nicolás de Tolentino o Arguineguín, Cenobio de Valerón, riego agrícola (G.C), etc.) en principio independizados de los nativos aunque bajo la constante presión de ellos (no olvidar que la prehistoria final en esta zona atlántica, en plena Era cristiana, es paralela a la más avanzadas culturas próximas).En esta relación más o menos cordial, los aborígenes adoptarían la superior cultura de los visitantes: la vestimenta por razones obvias, al menos en determinado sector poblacional (se conocen dos grandes castas aborígenes muy diferenciadas en poder económico o social). Por tanto es absurdo vestir, por sistema, a nuestros antepasados prehispánicos de esa guisa tan poco rigurosa. Se insiste, por permuta, compra, sustracción, hallazgo, conquista u otros motivos, adoptarían, al menos, las ropas que usaban aquellos. Esto es lo normal y de sentido común (el investigador palmero Paéz los viste decentemente en el Museo llanense) Lo otro es ganas de menoscabar la capacidad de un pueblo que combatió durante siglos, no sólo a los normandos o castellanos por cien años, sino a aquellos otros pueblos con los que intercambió dicha cultura, el comercio o cualquier otra relación social del momento desde tiempos pretéritos. ¿Por qué los romanos en su constante expansión imperial por 7-8 siglos colocaron “un limes” marítimo frente a Canarias, ¡más misterioso aún! ¿Tal vez por temor a algo, al igual que el norte de Gran Bretaña (el muro de Trajano), o el de Germania? Las islas sí estaban dotadas con variado tipo de recursos: agua, madera, resina, pesca, esclavos… Constituye otro dilema y otro debate que, al parecer, se retoma por especialistas ahora… de lo cual debemos alegrarnos efusivamente (aunque no sea nuestra especialidad académica). Lo expuesto no tiene otro fin que clarificar nuestra cultura ancestral.
Miguel Leal Cruz