6.11.06

El templero y la emigración canaria



De la lectura y meditación de una novela corta de Carlos Pinto Grote, narrador, novelista, ensayista y… nos lega en su novela Los hombres se van, que conlleva la crónica acerca de las angustias que hombres y mujeres se impusieron así mismos para salir de la hambruna insoportable que en la década de los 50 existía en estas ínsulas y que tuvieron que atravesar el Océano Atlántico en barcos vela y condiciones infrahumanas, tras adversas travesías para recalar en Venezuela, donde llegaban como ilegales y que nos invita a pensar en el despreciable mercadeo actual que las mafias situadas en África y, quien sabe si también en la hipócrita Europa para conseguir mano de obra barata, fletando cayucos para transportar seres humanos de manera ignominiosa.Los acontecimientos que vivimos en estos peñascos, respecto a la llegada de cientos de cayucos con miles de africanos, nos llevan a pensar en el esclavismo, venta de seres humanos hermanos nuestros de diferente color, que ingleses, árabes, franceses, portugueses y españoles practicaron entre los siglos XVI y XIX y que esta sociedad de la globalización de la miseria pudiera estar interesada en repetir.
Y como hemos investigado cerca de la hambruna que se pasó en esta nacionalidad deseamos dar a conocer esa magnífica aportación a la cultura canaria, llevada a término por los profesores de la Universidad de Canarias en La Laguna, don Cristóbal Corrales y doña Dolores Corbella, en el Diccionario Histórico del Español de Canarias, y lo que se dice acerca del vocablo Templero, sustancia con que adoban las comidas: Rabo, hueso o carne de cochino o grasa de las gallinas usados para condimentar o templar las comidas (el potaje). Una vez utilizado se dejaba secar y volvía a valer apara sucesivos guisos. Dándose la circunstancia que solía utilizarse o prestarse entre familias y vecinos. Una vez utilizado se dejaba secar y volvía a servir para nuevos guisos. Toda una porquería pero… producto de la lamentable necesidad y penuria que se venía atravesando en esta nacionalidad, durante siglos.
Hasta bien pasada las décadas de los 60/70, no comenzó la erradicación del templero como herencia recibida de los antepasados canarios. Eran tan enormes las hambrunas, la escasez de casi todo para llevar al caldero y poder hacer el potaje que, en nuestros pueblos se prestaban el templero entre vecinos y familiares, para dar gusto a los guisos y poder comer aquel día.Esta costumbre, junto con el gofio de barrilla (planta importada de Fuerteventura, que se da en terrenos salados y de la que se aprovechan sus semillas, previa molienda) fue una lacerante muestra de penuria alimentaria y, además, un tremendo riesgo sanitario, en la entonces economía de subsistencia en la que se vivió en estos siete peñascos y a la que, en absoluto, se desearía volver habida cuenta que esa globalización de los recursos puede abocarnos al retorno y acercamiento de mayores injusticias sociales, injusticias que vemos por doquier debido a que en este mundo viven mal y pasan hambre muchos millones de nuestros congéneres, dejados de la manos de gobiernos, en cuyos países se controla la economía mundial, de la que, lamentablemente, se benefician los de siempre.

Fidel Campos Sanchez