1.1.07


Estévanez y Unamuno



Quizá fue a partir del significativo año de 1898 cuando nuestras Islas Canarias comenzaron a pensar de verdad sobre su condición de nueva frontera atlántica de la España derrotada en América. ¿Seríamos la próxima víctima de los errores de los gobiernos metropolitanos?
Nicolás Estévanez y Secundino Delgado meditarán al respecto. Al mismo tiempo, las apetencias estadounidenses sobre nuestros suelos volcánicos no se disimulan en esos momentos y sólo los intereses británicos en nuestras islas frenarán aquellos planes de neocolonización.
Se respira inquietud en la ciudadanía insular, y palabras como ’autonomía’ o ’regionalismo’ se ponen en circulación sin reserva alguna.
En su poema más celebrado, ’Canarias’, Nicolás Estévanez ya había defendido la condición ’nacional’ de nuestra tierra atlántica.
’Canarias’ se publicó por primera vez en la Revista de Canarias el 23 de diciembre de 1878 y con posterioridad fue editado en libro en Musa canaria, en 1900 (Madrid).
Para el Domingo Pérez Minik de 1952, ya curado de algunas de las imposturas de la etapa surrealista, el ’Canarias’ de Nicolás Estévanez es "el fácil edificio de una metafísica y de una moral insular", y "el exponente serio de una generación y el más cercano a nuestras clases sociales y a nuestro pueblo".
El poema está dividido en siete partes con diversidad métrica y no es difícil coincidir con don Sebastián Padrón Acosta, ni con el mismo Pérez Minik, a la hora de destacar la última de las partes del poema de Estévanez como la mejor trabajada por nuestro autor y, también, como la más representativa de su complicidad ideológica con el Francisco Pi y Margall autor del libro Las Nacionalidades (1876).
En el primer capítulo de ese libro, Pi y Margall ya nos adelantaba parte sustancial de su doctrina: "Confieso que no estoy mucho por las grandes naciones, y estoy menos por las unitarias".
Todos esos presupuestos teóricos gravitan sobre el poema de Estévanez con una claridad manifiesta:

"Ni en los Estados pienso

que duran breves horas,

cual duran en la vida

de los mortales las mezquinas obras".

El Nicolás Estévanez de ’Canarias’ no es, por tanto, el poeta local, parroquiano, que cree encontrar Unamuno en su primera visita a la isla de Tenerife y al que alude en su texto ’La Laguna de Tenerife’, incluido en su obra Por tierras de Portugal y España (1911) con una transcripción malévola de parte de los versos de ’Canarias’: "Me apresuré a subir a la ciudad de La Laguna, a la ciudad de los Adelantados. En el camino os enseñan la casa nativa de D. Nicolás Estévanez, y junto a ella el almendro que él, D. Nicolás, ha hecho famoso. Pues él cantó diciendo: ’Mi patria no es el mundo, mi patria no es Europa, mi patria no es España; mi patria es una choza, la sombra de un almendro’... etc. ¡Pobre del que no tiene otra patria que la sombra de un almendro! Acabará por ahorcarse de él".
La falta de generosidad del Miguel de Unamuno comentarista de Estévanez es sólo comparable al desconocimiento unamuniano por todo lo que significó la teoría federal del siglo de su nacimiento ya en parte aludida.
El ciudadano del mundo era Estévanez y no el Unamuno supuestamente cosmopolita y travestido en castellano viejo a pesar de su origen vasco. Estévanez lo que defendía era la única manera de ser universal: la de serlo desde una experiencia propia no reñida jamás con el debate exterior.
Los tics españolistas de Unamuno se perciben no sólo en el texto dedicado a la ciudad de La Laguna, donde cita a Estévanez, o a la isla de Gran Canaria, donde analiza nuestro carácter insular con acusado desprecio eurocéntrico: "El aplatanamiento, la soñarrera, se curaría merced a comunicaciones más rápidas, más frecuentes y más intensas, sobre todo más intensas, con España -nótese cómo Unamuno no siente su "España’"en estas Islas- y con el resto de Europa y con América. A estas gentes les hace falta, como les he dicho en público, interesarse más por los grandes problemas nacionales, europeos, mundiales, lo cual les desinteresaría de sus pequeños problemas insulares, de sus rivalidades de isla a isla".
Los resabios imperialistas de Unamuno también los encontramos en otros textos vinculados a las Islas. Están en el lamentable prólogo que escribió para la primera edición de El lino de los sueños, de Alonso Quesada, fechado en Salamanca en 1915, donde al tiempo que le falta al respeto sin misericordia al autor del libro - "un jovencito endeble y muy movedizo" que, a su parecer, escribe unos versos muy ’joco-floralesco(s)’?, abomina de la "vulgaridad ambiente" de Gran Canaria y duda del término "afortunadas" aplicado a nuestras Islas.
Y están esos gestos españolistas -a veces con toda la razón del mundo- en algunos sonetos y en algunos de los comentarios introducidos por él mismo a esas composiciones en su libro De Fuerteventura a París (1925), donde reconoce sin más cómo él ha traído la "personalidad" de España a esa isla oriental del Archipiélago.
La España de Unamuno, la España de los hombres de la Generación del 98, poco tenía que ver con un territorio insular como el nuestro, a medio camino entre África, América y el viejo continente europeo, y a medio camino de convertirse en otro despojo más de la España imperial que los noventayochistas ya daban por perdida.
Cuando Unamuno habla de nuestro "aplatanamiento" y de nuestra "soñarrera" en su primer viaje a Canarias, de nuestra presunta desvinculación de Europa, ignora que estamos en pleno periodo económico de las Canary Islands, cuando el diálogo comercial, financiero, social y cultural entre el Archipiélago y Gran Bretaña es más intenso que nunca; que tanto el Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife, como el Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, han agitado el debate intelectual del fin de siglo entre nosotros y con aquella Europa a través de sus órganos de expresión, como la misma Revista de Canarias de Elías Zerolo, La Ilustración de Canarias de Patricio Estévanez, o El Museo Canario del doctor Chil y Naranjo.
El sentimiento patriótico españolista le nubla la mirada viajera a Unamuno y aleja su versión paupérrima de Canarias de la de tantos otros europeos que nos visitan -o nos habían visitado, y cito a Humboldt, cito a Berthelot...- sin los lastres de los cánones geográficos, vitales e intelectuales entre los que se mueve don Miguel.
El Unamuno irrespetuoso con las Canarias visitadas por primera vez -otra fue su actitud en 1924, en su destierro en Fuerteventura- está muy lejos de cualquier perspectiva antropológica seria.
Desde hace mucho tiempo se acepta por las ciencias del hombre y de las formas de evolución de sus lenguas, sus creencias y sus costumbres que todos los pueblos y culturas revisten el mismo interés como objetos de observación y de estudio y no existen ni pueblos ni culturas superiores autorizados por Dios o la Historia para moldear el mundo a su imagen y semejanza.

Juan Manuel García Ramos