Huertaya. = Desarraigada.
Uno de los episodios más tristes que generó el proceso del conquista y colonización europeas del Archipiélago fue el comercio de seres humanos. Personas de cualquier edad o sexo sufrieron la degradación del cautiverio y venta en los mercados esclavistas, un excelente negocio por entonces, que muy pronto estableció también en Canarias una de sus mejores plazas atlánticas.
Pieza siempre codiciada fueron los niños y adolescentes, más vulnerables frente a la alienación del trabajo esclavo, así como más permeables ante la aculturación. Dos instancias de una estrategia deshumanizadora nada sutil, cuyos únicos objetivos eran el lucro y la obtención de mano de obra barata.
En la transición del siglo XV al XVI, Valencia se erigió en el principal destino de los isleños sometidos a este tráfico. El 20 de mayo de 1497, el mercader catalán Pedro Moner presentó para su venta a tres niñas guanches de 9, 10 y 12 años, un grupo que le había enviado desde Andalucía el también tratante Pedro Benavent. El nombre de la mayor de ellas, Huertaya, parece evocar la terrible experiencia de aquel desgarro, pues Wer-tayyat nos habla de una persona ‘sin arraigo’.