"El inglés Thomas Robert Malthus, uno de los grandes economistas clásicos, a caballo entre el siglo XVIII y XIX, y autor del “Ensayo sobre el principio de la población” (1798), estimó que había un problema de recursos para abastecer a una población que crece de forma geométrica, de forma tal que, con una producción agrícola que crecía de forma aritmética, era inevitable, salvo que se adoptaran medidas drásticas que hoy probablemente consideraríamos inmorales, que la miseria y el hambre se apoderara de la población pobre, de forma creciente. Se basaba para ello, en parte, en las observaciones del dieciochesco fisiócrata francés Jacques Turgot, que formuló la Ley de los rendimientos decrecientes, según la cual (citamos aquí a Ramón Tamames) “a partir de cierto punto, el rendimiento de la tierra tiende a estabilizarse o disminuir si se avanza en el empleo de los otros factores: trabajo y capital”. Sus observaciones fueron denostadas de forma conspicua por las corrientes económicas posteriores, que aducían para ello: el fracaso real de sus predicciones en las siguientes décadas y siglos; la crítica marxista que consideró que el problema de la pobreza no tenía su origen en la superpoblación sino en la mala distribución de recursos, y los inmensos avances en la productividad de la tierra y en el sistema sanitario, que han permitido al Planeta mantener una población en continuo crecimiento exponencial. Sin embargo, la historia parece estar dando la razón al clásico. Garret Hardin, Al Barlett y una creciente pléyade de estudios de los recursos de la Tierra (los estadistas Meadows, Brown; los geólogos Campbell, Deffeyes, Youngquist, etc.), han advertido desde hace años de la insostenibilidad de la cifra actual de población mundial y sus crecimientos. Parten todos ellos de la apreciación de que se ha superado ampliamente la capacidad de carga del Planeta y que, por lo tanto, tarde o temprano, la implacable “Ley” de Malthus -que la revolución industrial y energética fósil retrasó un par de siglos, pero no invalidó- podría ejecutarse sobre la población de la Tierra , una población que crece de forma exponencial, y que lo ha hecho de forma paralela a la creciente disponibilidad de energía fósil que ha tenido la humanidad hasta ahora. El problema es que iniciamos el declive energético histórico, a partir del cercano cenit del petróleo, y con él muy probablemente el declive poblacional mundial que, de forma caótica o civilizada, tendrá lugar. El “asunto de la población” es uno de los tabús más importantes de nuestra sociedad. A pesar de que la Humanidad ha experimentado en estos últimos dos siglos episodios regionales de hambrunas y decrecimientos locales de población, y que hay ya 850 millones de personas hoy desnutridas, motivado por un despojo brutal de recursos en muchas zonas del Planeta, nunca se había enfrentado al reto que supone el estado actual de “decrecimiento global en los rendimientos” del sistema agroalimentario mundial. Partiendo de la extraordinaria dependencia energética que tiene la alimentación mundial -por cada caloría alimentaria obtenida se emplea hoy, de media, unas diez calorías equivalentes que provienen de la energía fósil- un sencillo silogismo nos llevaría a concluir que, a falta de alternativas globales y locales que hoy no existen, el decrecimiento en la disponibilidad de energía a nivel global conllevaría un decrecimiento en la disponibilidad de alimentos: menos alimentos para cada vez más población y, además, distribuidos de forma absolutamente desigual. El consecuente, a falta de otro modelo socioeconómico de decrecimiento en el consumo y reparto más justo de recursos, es un claro descenso de población: no obstante, no sólo es cuestión de redistribución, sino de clara superación de los límites. Se incorporarían al hambre ya existente grupos de población más numerosos. El aserto de Malthus, implacable, no solo se corrobora con el decrecimiento en el rendimiento de las cosechas de la actual Revolución verde, sino con la pérdida cada vez mayor de suelo, sobreexplotación de acuíferos y cambio climático, provocadas todos ellos por el uso intensivo de energía fósil. Como advierte Lester Brown, las reservas de grano del mundo están en sus peores momentos desde hace décadas; China ha comenzado de forma creciente a importar alimentos del exterior: ya no puede alimentar a su población; y, para más inri, existe un riesgo cierto de desviación de superficie y cosechas mundiales de grano y otros productos hacia los biocombustibles, para alimentar coches en vez de personas. Estamos a las puertas de una gran crisis alimentaria mundial, paralela a la crisis energética fósil. El mundo no tiene, hoy por hoy, recursos para alimentar a su población como lo hace, si empieza a disminuir el suministro energético, y éste afecta al sector agropecuario, más aún con las reglas de comercio mundial, que ya matan de hambre a millones de personas al año. Los tractores no funcionan con paneles solares, ni existen sustitutos a la producción mundial de fertilizantes y pesticidas, como tampoco hoy hay ningún buque del mundo, o sistema de riego que funcione integralmente con otra energía que no sea la fósil. Tampoco hay mucha más tierra: el Planeta no es infinito, y estamos agotando y desertificando la tierra fértil. Tenemos que cultivarlo todo, pero ¿todo es suficiente? La cuestión de la superpoblación mundial debería ser asumida por el conjunto de los gobiernos del mundo para promover políticas de control y reducción civilizada y humana de la misma. El experto en energía y alimentación, David Pimentel (Universidad de Cornell), junto a multitud de expertos, además de advertir de esta situación, propone inclusive medidas que permitan a la población mundial decrecer a un “óptimo” de dos mil millones de personas, menos de un tercio de los habitantes del Planeta hoy existentes, a lo largo del Siglo XXI, al tiempo que hacer de la producción de alimentos una actividad menos dependiente de los combustibles fósiles, y de forma urgente. Malthus no saldría de su asombro en un viaje por Canarias. El archipiélago es, sin duda alguna, uno de los territorios del mundo –junto a las grandes conurbaciones– más vulnerable al decrecimiento energético. El viejo párroco, cuyas tesis ya visitaran las islas en épocas no tan lejanas de hambrunas y emigración masiva de los isleños, contemplaría que los canarios se alimentan hoy vía marítima, de forma increíblemente opulenta, como nunca soñara. Preguntaría probablemente por las cosechas insulares y alguien le contestaría que desde hace años los lugareños no se alimentan de su suelo y que, además, no sólo la producción agrícola interior no crece de forma aritmética sino que está en una crónica vía de extinción, y además están asfaltando el suelo. Sobrecogido, el inglés contemplaría el gran espectáculo de una vulnerable población insular que acude, solícita, a centros comerciales enormes, sólo sustentados con un recurso finito del exterior, en declive irreversible en pocos años, y todo ello milagrosamente importado de medio mundo. Mientras se aleja a su isla natal en una línea de bajo coste, Malthus vería en Canarias la siniestra confirmación de su tesis: un Planeta superpoblado, un archipiélago que ha crecido exponencialmente se enfrenta ya no al crecimiento aritmético de la producción alimentaria sino a su más que probable retroceso, sin haber cuidado sus tierras ni los recursos más elementales para gestionar de forma civilizada este nuevo estadío de declive energético alimentario. “El banquete de Malthus” (Garret Hardin, “Viviendo en los límites”) simplemente está comenzando".
Juan Jesús Bermúdez Ferrer.