No existe acuerdo en la interpretación del desarrollo material alcanzado por los antiguos pobladores del archipiélago canario ni en la valoración de sus conocimientos en Matemáticas. Los pocos criterios aportados por los primeros cronistas europeos fueron distorsionados luego en posteriores estudios de viajeros ilustres empecinados en mostrar una visión idealizada del aborigen isleño, más próximo al mito del buen salvaje, presunto descendiente de imaginarias civilizaciones perdidas.
Sin embargo, los trabajos recientes han enmarcado con justeza la enjundia y la trascendencia de los “saberes” de nuestros antepasados y han apuntado las trazas de su presencia actual. No obstante, quedan abiertos no pocos interrogantes, plagados de conjeturas poco contrastadas y colmados de argumentos idealizados en exceso.
Con todo, contamos con el concurso de la Tradición Oral, que nos ofrece un amplio repertorio de prácticas primitivas que aún son ejecutadas por campesinos, y por pastores isleños, y, con su ayuda, podemos avanzar algunas hipótesis sobre el alcance real de la herencia de nuestros aborígenes. En concreto, el recuento del ganado entre pastores y las cuentas de venteras y pescadoras; las predicciones de carácter calendarístico, esto es, las cabañuelas y aberruntos y los calendarios de carácter agrícola y ganadero de nuestros mayores nos permiten esclarecer en cierta forma su legado matemático-astronómico.
La habilidad en el recuento del ganado, destacada por Abreu Galindo y Fray Alonso de Espinosa, es común entre los pastores isleños de la actualidad. Los cabreros de todas las islas computan el número de reses a su cuidado con igual facilidad que sus antepasados guanches y saben “de memoria” cuándo les falta y cuál es el animal exacto que se ha extraviado. Este modelo de recuento sólo exige los procesos mentales de clasificación por contaminación y limitación, propios de las etapas preoperatorias en la génesis del concepto de número, y así, podemos argüir que estas habilidades numéricas emparentan con el desarrollo propio de los pueblos ágrafos.
También, los cabreros tinerfeños “ponen a padriar” el ganado por el día de San Juan, en el Norte de la isla y a finales de julio, en Chivisaya, en el sur. Entonces, y de acuerdo con el período de gestación de las cabras (en torno a los 145-155 días), los baifos habrán de nacer en diciembre o en enero, cuando el manto vegetal ha sido enriquecido por las precipitaciones de noviembre. Advertimos, por consiguiente, la importancia del aberrunto de las lluvias en dicho mes; de acuerdo a la observación de Venus: el planeto o estrella del agua (saharita en La Aldea de San Nicolás); aberrunto que ha sido estudiado con todo detalle por J. A. Belmonte, quien le otorga paternidad prehispánica. Por lo demás, el destete de las crías se suele efectuar coincidiendo con la Fiesta de la Cruz; cuando Viana y Sedeño databan las fiestas equinocciales.
Concluimos así con un ordenamiento estacional del calendario que aglutina todas las celebraciones aborígenes y unifica la tradición de cabreros y guanches, donde la sucesión de épocas secas y húmedas (el “pasto” y el “verde”), puede computarse contabilizando un número reducido de lunaciones; y no exigió especiales herramientas numéricas o de registro. La ausencia de restos “tarjas” (tablas de contar) en los yacimientos arqueológicos abunda en esta apreciación.
Concluimos aceptando el uso de un calendario agrícola o estacional entre nuestros antepasados; con el cual sabían distribuir las lunaciones en dos o tres períodos estacionales con claro significado agropecuario; que no exigió avances numéricos superiores a los rudimentos del cálculo operatorio ni material de registro específico. Bastaba para satisfacer las necesidades de una sociedad formativa o neolítica, sin estructuras jerárquicas avanzadas, ni a expensa de la distribución selectiva de los excedentes de producción. El cómputo cronológico de este modelo de sociedad concuerda con los conocimientos atribuidos a pastores y campesinos en nuestros días, que han heredado los rudimentos de sus antepasados, y, en particular con aquellas prácticas que muestran una innegable raíz prehispánica.
José Manuel González Rodríguez es Catedrático de Economía Aplicada. Universidad de La Laguna. Este texto fue publicado en El Baleo, Boletín Informativo. Número 5. Junio 2003.