24.7.08

MIRARSE AL OMBLIGO

Los escribidores tenemos tendencia a pintar el acontecer diario de nuestros pueblos a brochazos deficientemente dados. Un artículo de opinión, de nuestra opinión, no es una tesis doctoral, ni un documento notarial, ni mucho menos una sui géneris receta para erradicar esas enfermedades que la sociedad vemos en la partitocracia. Nadie examina nuestras opiniones para garantizar, que son ex cátedra y que nuestros augurios pueden funcionar. En realidad, un artículo es sólo una interpretación más o menos simplificada de los hechos que pretendemos contar, escrita con rapidez, y ajustada al poco espacio reglado que nos permiten los periódicos.

A los escritores (escribidores) nos conviene recordar de vez en cuando que el escribir es apenas una afición, y que incluso los buenos se equivocan. No sólo en sus interpretaciones, también en sus intenciones y que no tienen por qué resultar certeras. La facilidad que nos proporciona internet para acceder a la interpretación que los lectores hacen de lo que escribimos debería relativizar nuestra percepción egocéntrica sobre la capacidad de crear opinión. ¿Cómo crear opinión si ni siquiera logramos hacer entender a los lectores? Se escribe sobre Paulino Rivero o Ana Oramas – pretendiente a la presidencia del Gobierno en 2011-, y la casi totalidad de los lectores que opinan nos acusan de escribir al dictado de López Aguilar, de nuestros amigos Domingo Medina, del bimbache José Manuel o de Teo González, mientras la otra mitad aplauden, no tanto porque comparten lo que hayamos escrito, sino porque creen compartir animadversiones o enemistades. Escribes sobre López Aguilar y nos acusan de ser antisocialista o prosocialistas, y a veces las dos cosas al mismo tiempo sólo porque consideramos que López Aguilar posee un verbo claro y didáctico cuando habla. Y luego están los que se manifiestan contra lo que escribimos y contra lo que pensamos o que somos, porque están convencidos de que alguien, el PSOE o algún contubernio judeo-masónico nos pagan para que escribamos de cual o determinada manera. Y lo más descorazonador: cuando un lector se enfada porque entiende que defendemos algo que estamos denunciando. Pero no hay que sufrir por esas interpretaciones.

Nosotros solemos tener siempre presente que hasta la Biblia, en la que creemos hasta donde está bien traducida, por cierto, escrita al dictado y por inspiración divina de alguien mucho más sabio que el común de los que escribimos, también ha sido interpretada de múltiples maneras. La historia es la del pulso de los pueblos, las naciones y los reyes por interpretar a su antojo la palabra de Dios y después hacer de sus capas un sayo. Dos mil años de sangre, latigazos, esclavitud y gente quemada en la hoguera, y aún hay bastante controversia sobre lo que Dios quiso decir. Recordarlo nos ayuda a relativizar: no pensamos enfadarnos porque usted no nos entienda. Menos aún porque no lo haga alguien que al mirarse en el fondo de su conciencia y verse reflejado pierde la memoria, esa memoria histórica que nuestros congéneres, los canarios, se niegan a tener y que podría recuperar, con nada más que una hora diaria, recurriendo al magnífico Archivo Histórico Diocesano, en la calle Anchieta de La Laguna, donde podrán aprender de sus antepasados


Fidel Campo Sánchez