Según los más viejos del lugar a los que recurrimos para informarnos, en La Laguna de antaño eran menos habitantes pero más modestos y respetuosos con todo. Se podía presumir de ser ciudad universitaria y sede episcopal, la ciudad era un pueblo con sabor a campo, tranquilo, sosegado, donde todos se conocían, se daban los buenos días y las buenas tardes y se cedían la derecha en las aceras, como señal de buena educación. Había en aquella La Laguna jardines frondosos y sus buenos perfumes invadían la ciudad, donde crecían las enredaderas trepadoras, los rosales, geranios y las margaritas.
Presumíamos de obispo, canónigos, beneficiados, frailes y monjas. También de catedráticos, profesores universitarios, de escuelas técnicas y de Magisterio. Había barberías, relojerías, zapaterías, carpinterías, estancos, que eran lugares de tertulia, donde se reunían peñas de amigos. La Laguna era en sí misma una inmensa tertulia, desde la mañana al atardecer. Las esquinas eran las terminales, los mentideros, donde se reunían amigos que formaban grupos, dedicados al más puro y acendrado lagunerismo.
En el Ateneo se reunían los más intelectuales y liberales, en el Casino los caballeros, los sangre azulinas, en le Económica los amantes de nuestra historia y fabricantes de nobleza, como don Tomás Tabares de Nava. Pero la tertulia por antonomasia de Aguere, fue indiscutiblemente la de Nava, permanente látigo contra las arbitrariedades de todo tipo e ignorancias y falsedades de todo género.
En la desaparecida tasca literaria “La Oficina” patrimonio lagunero, fundada por Enrique Fernández Remigio y Ramón Herrera, lugar de reunión de todos los intelectuales y poetas como Manuel Verdugo, el guitarrista Carmelo Cabral, el humorista Aurelio Ballester, el abogado y republicano, Arístides Ferrer, el poeta Nijota y tantos y tantos más que no por ser importantes no insertamos sus nombres por ser muy prolija su enumeración
Otras que han destacado han sido las del Estanco de don Álvaro donde surgieron los Benimerines, la del café Castillo dirigida por el Pipeta, la de los buenos bebedores con sede en el Bar Carrera, la Peña del Refugio con la asistencia de personajes como don José Perera y el cura don Víctor del Valle Jardín. La del Hotel Aguere con don Heraclio Sánchez y don Manuel Aledo. La del padre José Miguel Adán y Lorenzo Bruno y su panda de amigos. También, en el recuerdo la Roca, fundada por el gran lagunero José Manuel García Cabrera, la de los Mayores, la dirigida por Angelito Linares, la de la Barbería Higiénica a la que asistía don Alonso Tabares y los aficionados a los gallos, la de Angelito el zapatero, la de Rafael Trujillo que tanto añora Jerónimo Sanfiel, la Peña Luz, la Papelina, la del Andaluza, la del Amanecer.
En todas se reunían amigos y grandes conversadores que discutían de todo lo habido y por haber. La más reciente de todas es la denominada como la Peña del Gorila y sus amigos, los chimpancés y algún que otro mono, monigote o sacristán de los que en esta entrañable ciudad tenemos hasta para exportar, que con aparente sigilo, humildad y paciencia calculada, se van colando, a la vez que adueñándose de todo tipo de instituciones civiles y religiosas. Cambian tradiciones y reglamentos, no se gastan un euro en nada pues hay que dar entrada a todo tipo de economías y clases sociales.
En fin, en La Laguna ya los conocemos y terminando los carnavales se organizan en Cuaresma para colaborar con toda solemnidad la Semana Santa. Dan conferencias, hablan de liturgia y hasta traen un costalero de allende los mares, para que explique y enseñe el arte de cargar tronos, para fastidiarlo todo sin ocuparse para nada de la caridad y del amor al prójimo. Ahora para más “inri” lucirán el uniforme de la logia de Caballeros del Santo Sepulcro, última ocurrencia del señor de Armas. ¡Tenga cuidado, son un peligro público estos mea pilas!.