No cesa el drama de Palestina, de los judíos no beligerantes. Continúan las bombas racimo sobre las ciudades, los escudos humanos, el hambre, el muro, los cohetes de los terroristas de Hamas (Movimiento de Resistencia Islámico) el exterminio palestino por el ejército del terrorismo judío, los hospitales sin electricidad ni medicamentos, la población civil, como siempre, víctima de los intereses de los señores de la guerra musulmanes y judíos: es la “ley del herem bíblico”(palabra hebrea que significa anatema, inmolación, exterminio…) versión tercer milenio.
Si para preservar la pureza de su raza hace tres mil años los judíos pasaban a cuchillo a mujeres, ancianos y niños de las ciudades conquistadas a sus vecinos cananeos, filisteos, samaritanos o edomitas, en la actualidad no habrá otro final a esta barbarie de los extremistas islámicos y judíos que el genocidio de uno de los dos pueblos. Odio entre judíos y palestinos, hermanos semitas, con tres mil años de antigüedad y un origen no religioso sino tribal, es decir, racista, aunque el sistema político de Israel o Palestina se camuflen como democracias. Y un odio con un objetivo territorial porque, siguiendo al antropólogo Marvin Harris (padre del materialismo0 cultural), las guerras tienen su causa en el control de la tierra y productos para los alimentos.
Desde el año 883 antes de Cristo, cuando fue fundada Samaria como capital del Reino del Norte en tiempos del monarca asirio Asurbanipal II, están en guerra los semitas judíos y samaritanos. Sólo los siglos amortiguaron las pretensiones sionistas, y desde el 587 a. C., cuando cae por segunda vez Jerusalén y los judíos son deportados a Babilonia por el emperador Nabucodonosor, y en especial tras su desaparición por el Imperio romano de Octavio César Augusto, se puede considerar que Palestina vivirá en paz hasta que, por la fiebre descolonizadora de Occidente en Asia y África, en 1947 Gran Bretaña abandona Palestina, la comunidad internacional crea el artificial estado de Israel y los colonos judíos, con el apoyo de Estados Unidos, en lugar de establecerse en la Pampa argentina o en Far West estadounidense, expulsen a los palestinos de sus hogares y campos, donde moraban desde hacía miles de años, reclamando los judíos una tierra que no es más suya que de los filisteos, los samaritanos, los edomitas, los asirios o, mejor, las tribus nómadas que nunca abandonaron la Tierra Prometida, Palestina.
El año 1948 Ben Gourion proclama el Estado de Israel a costa de los palestinos y, por tanto la salida de los ingleses. Los palestinos perdieron batalla tras batalla. La primera guerra árabe-israelí en 1948, la ocupación egipcia del Canal de Suez en 1956, la Guerra de los Seis días en 1967, la ofensiva árabe de 1973, la guerra que del Líbano en 1975, las matanzas de 1982 de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, la intifada de 1987 y la de los mártires de Aqsa del 2000, el muro del 2004, la nueva intifada del 2007, marcan el fin del pueblo palestino. Y hoy como ayer, de nada sirven las múltiples resoluciones de la ONU incumplidas por el estado judío, ni la condena en 2004 del Tribunal Internacional de la Haya del muro en Palestina, ni la exigencia del fin de la violencia, ni el respeto humanitario internacional debido a ancianos, heridos, niños y mujeres. Israel quiere acabar como sea, como hicieron los nazis con ellos, con los palestinos, y la comunidad internacional calla mientras Estados Unidos, manejada la opinión pública por el poderoso lobby judío, apoya a Israel (a ver qué hace Obama a partir del 20 de enero, después de la toma de posesión)
Tampoco la diplomacia, encarnada en los acuerdos de, entre otros, Camp David en 1978, la Conferencia de Madrid de 1991, la Reunión de Oslo en 1993, el Cairo en 1994, el Cuarteto en el 2003, Aqaba en el 2003,en Egipto en el 2005 o el último en Washington ante Bush el 2008, es capaz pacificar el odio y la guerra a muerte entre judíos y palestinos. Ni lo logrará, porque ninguna de las dos tribus semitas descendientes de Abraham renunciará a sus aspiraciones de soberanía como raza elegida sobre la ciudad santa, Jerusalén. Ni los más de cuarenta millones de refugiados palestinos recuperarán sus hogares como establece Naciones Unidas, ni la franja de Gaza ni Palestina tienen futuro aplastadas por la bota militar y terrorista judía. Y, además, mientras Palestina dependa de la voluntad unilateral de Israel, con el apoyo explícito de Estados Unidos e implícito de Naciones Unidas en la no ejecución de sus resoluciones, a pesar de los esfuerzos del Cuarteto y de Europa, el genocidio no cesará.
Naciones Unidas debe hacer desaparecer Hamás por ser un grupo terrorista, como debe hacer desaparecer las acciones terrorista judías contra los atentados y secuestros terroristas islámicos, indigna de cualquier estado y que evoca a los comunistas rusos y los nazis alemanes en el Holocausto de la II Guerra Mundial. Naciones Unidas debe controlar militarmente la zona, rectificar el error de 1948, separar judíos y palestinos con un protectorado sobre ambos estados y someter la soberanía tanto de Israel como de Palestina a la autoridad internacional, con Jerusalén como ciudad abierta bajo el mando de Naciones Unidas. Urge parar los terrorismos y genocidios islámicos y judíos, para evitar pasar del milenario odio bíblico judío-palestino a la III Guerra Mundial, en la que parecen estar interesados todos aquellos países productores y vendedores de armas, material bélico, incluida España pese a que cínicamente se decanten por el alto el fuego, lamentable señor Zapatero, como más lamentable aún, es el mutismo de los señores de la guerra españoles: el PP de Aznar y su lacayo Rajoy, junto con los “padrecitos” de la COPE.
Las malditas guerras se termina siempre con la destrucción, el mantenimiento del odio y la infidelidad por amabas partes.
Fidel Campo Sánchez