10.11.08

EN NOVIEMBRE EN LA LAGUNA EPOCA DE CASTAÑAS, COCHINO Y VINO NUEVO

El mes de noviembre tiene fama de ser un mes triste, pues, comienza con los días de los muertos, se visitan los cementerios y se recuerda a nuestros seres queridos ya fallecidos, a los que rendimos homenaje floral y de oración Donde hay amor, hay dolor. Este antiguo refrán nos da entender que las penas por las personas cercanas, se sienten como propias. En palabras de Zorrilla: “el amor es una herida que siempre deja señal”.
Los laguneros de nascencia y de integración recordamos por estas fechas de difuntos al bueno de don Vicente González Álvarez y Falcón, alto, flaco y con vestimenta la mar de pintorescas. Don Vicente era una persona entrañable, llena de mística y religiosidad. Magnífico ebanistas –todo un artista de la madera-. Fue concejal de nuestro Ayuntamiento, para pasar posteriormente a desempeñar como administrador del Cementerio de Sam Juan. Allí llevo a término una labor insuperable, pues lo mismo se ocupaba de la documentación y del archivo, escrupulosamente llevado en la oficina del Campo Santo, que dirigía al personal que cuidaba del ornato del recinto.
El lugar lo mantenía siempre limpio, pintado y convenientemente regado, luciendo frescos los esbeltos cipreses, los crisantemos, los rosales y las siemprevivas. El bueno de don Vicente se desvivía por atender a todos, orientar, localizar sepulturas, desenterrar, inhumar y exhumar restos, acompañado de una muletilla que resaltaba su personalidad, ya que repetía y repetía siempre:”risulta de que siempre…” Días tras día se le podía encontrar en el Cementerio, vestido de larga chaqueta y pantalón negro, portando en el cabeza “un casquete”, muy parecido al que utilizan los judíos. Se trataba, más bien, de una especie de solideo negro, que utilizaba para cubrirse una tensura inexistente.
Cuando don Juan Pérez Delgado, Nijota, nos deleitaba con sus poesías de humor, dando rienda suelta a su imaginación creadora de rimas festivas, que pusieron siempre la nota alegre y optimista se topaba con aquellos personajes, vestidos y cubiertos con sombrero de negó, y exclamaba:¡otro disfrazado de noviembre! En aquella La Laguna de antaño, donde sabían poner muy bien los motes que mejor cuadraban, llamaban “noviembre” a todo señor vestido de negro, apagado y con cara de lloroso. Pero en Aguere, siempre se ha querido sobrevivir a las penas, con ventas de moscas y chochos y bares, tras puertas medio abiertas, donde varios amigos, cultivadores de las buenas maneras y del sosiego, apuraban sus vasos al píe de un mostrador oscuro, rodeado de bocoyes generosos donde el vino, ¡joven aún!, no había terminado de hervir. Fue la época del Puntero, de Casa de Maquila, los manieses y Venta del Gago, Casa de Ernesto, de Dos y Una, de la Oficina. Casa Micaela, Andrés Fernández, donde personajes como Temistocles el albino, Tarife. Perera, Piña, Penedo, Patita, Porrón, Mederos, Barrilete, Alayón y Fagón, daban muy buena cuenta, en silencio, de cuartas, medias y hasta botellas enteras, de aquel vino profundo que era la esencia pura de esas uvas Listan negro, o llamada negra común del Norte de Tenerife y Negramoll, Denominación Origen Valle de Güimar, que tanta fama tienen en el comercio vitivinícola.
El lagunero, que quiere sobrevivir a las penas se ha inventado para este mes alguna de las ceremonias más interesantes del mundo lúdico, para sacrificar los cochinos por San Andrés, en Tenerife, Por San Martín en La Palma unos días después de haber bien tratado y recordado a los fieles difuntos. También por estos días no solo disfrutamos de los primeros vinos, el virginal caldo que anteayer, aún era mosto y ahora se ha hecho mayor para gusto y satisfacción de cuantos se nos ponen rojas las mejilla y la nariz, sino que no faltan las castañas asadas, guisadas con matalauva (semilla de anís o hierba dulce), ¡porque noviembre tiene estas cosas!
¡Ay!, aquellas asaduras de Antonino. ¡Ay!, la carne de fiesta que en casa de Pepe el guardia que resucitaba a los muertos, al decir popular. Y como nos agrada recordar, no podemos pasar por alto que fue por aquellos años de la pos guerra, cuando se estableció en La Laguna, el bodegón “La Artillería”, que daba acogida a la multitud de soldados que cumplían el servicio militar en el cuartel del Cristo, en la Plaza de San Francisco. Su propietario bautizó con el nombre de Artillería, una “sacristía” donde los soldados consumían buen vino de nuestro terruño, con sardinas saladas, manises y chochos de Los Rodeos, bañados en aguas de mar, para darles el sabor salado pertinente que demandaba buenos sorbos de vino. Estos soldados se sentían muy orgullosos de acompañar al Cristo de La Laguna, “con la escolta suprimida sinodalmente”, ¡lo cual es para echarse a temblar!, por lo que solo podemos entonar un: Requiescant in pace (descanse en paz), oración cristiana que nos lleva a que comprendamos que ¡el alma no muere porque es espíritu!
Lo cierto es que contemplando el panorama, podría repetirse, sin faltar al respeto a nadie que, al final “el muerto al hoyo y el vino al bollo”, porque bien mirado esto de los difuntos, lo que nos trae es una jubilosa eclosión de parrandas y fiestas, jolgorios y cuchipandadas y alejarnos de esa triste realidad en que están sumiendo la Fe de los laguneros, unos clérigos más dedicados a los placeres del mundo y del dinero que al cuidado de ese rebaño al que dan pésimo ejemplos de caridad cristiana.
¡Si levantaran la cabeza!, ¿qué dirían aquellos viejos laguneros, cargados de fe cristiana y amor a su Cristo Crucificado, que montaron guardia a su sagrados píes, si descubren que en estos tiempos, malos tiempos, la Institución se asemeja al vino peleón?....

Fidel Campo Sánchez