29.11.08

VISPERA DE SAN ANDRÉS.

Estamos de nuevo como todos los años por estas fechas, en la Festividad de San Andrés, que nos trae el recuerdo de viejos tiempos y sobre todo la añoranza de los buenos amigos, que nos han dejado para siempre.

Nos estamos refiriendo a toda una legión de laguneros de nascencia e integración, que sin pensarlo habían formado una particular Cofradía, convirtiendo a la ciudad en un viejo templo, que daba culto, con amor y respeto, al arte del buen beber.

En La Laguna se bebía, se degustaba el vino con gran maestría, convirtiendo a la ciudad en Escuela de discípulos de Baco, con el poeta don Manuel Verdugo ejerciendo la dirección, don José Alayón de maestro de ceremonias y don Juan Penedo, convertido en el bromista más iluminado de Aguere.

Y es que nuestra ciudad siempre olió a buenos vinos y a entrañables rincones, donde se improvisaban tinglados con su mostrador, sobre el que descansaba un garrafón de dieciséis litros, con la singular manguerita de goma, cuyo fin era extraer esos maravillosos caldos, nacidos al conjuro de San Andrés.

Así traemos al recuerdo de la tasca (taberna) de Ernesto en la calle la Carrera. La venta se abastecía de los vinos más nobles del Norte, procedentes de los viñedos del coronel don José Zamorano. El preciado líquido se depositaba en enormes barricas, para que dieran buena cuenta de él, los sedientos clientes que abarrotaban la venta, al tiempo que degustaban sardinas saladas en recipientes cilíndricos (tabales) de madera donde se colocaban las sardinas saladas prensadas. La misma escena se repetía en casa de Tomas el Pequeño, en Jeremías, en Micaela, en la Oficina, Maquila o en casa de Antonino el Cuijo, y en Rancho grande.

Bebedores muchos, borrachos casi ninguno, pero todos recorriendo las estaciones de un auténtico vía crucis, cada tarde, con media botella de vino delante y un buen armadero, que don Manuel Figueredo definía: “Hay que armar el cuerpo para recibir la envestida del vino”

Lo que queda claro es que en la ciudad universitaria, todas las tardes, con las botellas de vino en las ventas y en las tascas, se dio forma a la popular letrilla:” La Laguna, ciudad bravía/la de las muchas tabernas y una sola librería”.

Las populares “cabrillas” de secano, como las solía llamar el maestro Juan Cachimba, que no son otra cosa que una cucharada de gofio en polvo, tras la cual entrará el vino como Pedro por su casa

En aquellos mostradores de Pepe el gago, de Pancho Fraga, de Juan Catalina, casa Ramón, el Puntero, hacían guardia y no faltaban a la cita, muchos personajes como Fagó, que engañaba el hambre comiéndose los armaderos que trincaba, ya que el vino estimulaba sus sueños de grandeza para auto proclamarse general. De esta forma Daniel el huevudo recibió un cachetón, por cuadrarse y decirle que no había novedad. Fagó le increpó diciendo:¡Quién le ha dado a usted permiso vestir de paisano!

También recordaremos a Rafael el loco, luciendo sus medallas en la solapa u otro personaje conocido por Ferrer. Pun, que miraba con suficiencia a los desgraciados que le rodeaban. Y como no recordar a aquellos personajes insignes como Fariña, el barbero más ocurrente y coñon que ha gestado La Laguna, dando brocha a dos clientes a la vez, para que se le fueran…, o al simpático don Juan Oliva, arrodillado cuando sonaba el teléfono, indicándole al mago/a, perdone están alzando en la Catedral

Por último, como olvidar a aquellos célebres personajes que se erigieron en maestros de ese arte, como don Víctor Núñez, sombrerero de oficio y viticultor de devoción y don Ramón Matías que alumbraron vinos que honraron a nuestra ciudad y al venerado San Andrés. Asimismo el gran Panchito, el hombre que más animaba al “Hesperidito”, visitando, el día de San Andrés a todos los que llevaban este nombre, para cobrarles la cuota para poder comprar castañas y coger “otra” con un buen garrafón de vino de Tegueste, o de Tacoronte y hasta alguna botellita de Taganana.

Y ya camino de Tegueste, rebasando las Canteras, en casa de Balbina, con unos burgados oliendo a mar como armadero y mopa con alfileres para que los clientes los sacaran de su pequeña caracola, donde paraban con frecuencia Ignacio y Antonio Godiño, Francisco Fajardo, Melchor Luz, Ramón Cáceres y Temistocles el albino.

En el antiguo Calvario de Tegueste, cerca de la finca de don Eduardo Tacoronte, más recientemente conocida por “Casa Pano”, con su bacalao guisado, papas y batatas, arroz de pobres, bubangos y papas rellenas y un goloso gato moca de postre, donde tomaban asiento Marino Mesa, Pepe Betancourt, Evelio Cabrera, Domingo Laguna.

Muchos se buscaban los lugares donde fue plato preferente la carne de cabra. Rn esos guachinches insignes pudimos ver a Pepe Mederos, Horacio Cabrera, Chanito Barranco, Manuel el campanero que era capaz de comerse medio caldero de carne, amén de una bandeja de chicharros fritos y fríos, de más de dos kilos, por una apuesta.

Por aquellas guaguas encarnadas de los Oramas, se apeaban en la parada de la Catedral, Juan Davó, Gutiérrez Arbelo, Amaro Lefrenc, Teodoro Ríos y un largo etcétera. Les esperaban Juan Delgado (Nijota) o Luís Álvarez Cruz, que a renglón seguido, se iban directamente al píe de los mostradores, juntándose para versificar con veteranos laguneros, durante las últimas horas del día, cuando la mejor medicina era la inyección “intra vinosa”.

En el recuerdo por San Andrés, una apuesta que hizo Nino el Curita, de zamparse veinte huevos, uno detrás de otro, sin pestañear…

Finalmente, el Bodegón “La Artillería”, cuyo nombre se debe a la Batería de Montaña, que convive pared con pared con el Santísimo Cristo de La Laguna, cuya Escuadra de Gastadores, que ha acompañado al Trono del Señor siempre, hasta ser “sinodalmente” apartada, por el de las Breñas.

Nuestro recuerdo a don Antonio Izquierdo, a don Salvador Iglesias, a don Ramón Ascanio, don Sebastián Martin Neda, a los que siempre saludaba Juanito Cabeza con singular Voz: ¡Adiós y a su ordenes.

Fidel Campo Sánchez