3.12.09

HISTORIA DE NAVIDAD DESDE EL REINO UNIDO AÑORANDO MI QUERIDA LA LAGUNA

Por:

Tayri Campo y Díaz-Ledesma

DEDICATORIA: A mi madre, DOÑA María del Carmen Díaz-Ledesma y Galán, de quien, por transmisión oral, he recibido esta historia, por ella vivida.

Allá en la Villa de Adeje de mis mayores, por el año 1945, vivía una niña de apenas cuatro años a quien todos consideraban afortunada al llegar la Navidad. En su casa, a diferencia de muchas otras, se podía encontrar un humilde Belén hecho de hierbas y tierras cogidas de las huertas del pueblo y figuras de barro, de las cuales muchas regalaban a niños que visitaba su casa.

Por aquel entonces, se celebraba una Navidad muy distinta a la presente, con creencias y costumbres que mucho han cambiado con el paso del tiempo. Una noche antes de Nochebuena, su padre salía con una cesta de comida que repartía a escondidas por algunas casas del pueblo para que todos tuvieran algo que cenar en familia una noche tan esperada. Y lo hacia a escondidas, porque como él siempre decía:” ¡Lo que hace la mano derecha, que no lo vea la izquierda!”

En su hogar era esperada con gran ilusión la Nochebuena. Durante la misma se preparaban las truchas en familia, con la servidumbre incluida, ese postre tan rico y típico de nuestras Islas. Ya entrada la noche celebraban la cena de Nochebuena en que por costumbre se comía cabrito o cordero, por su puesto también en familia. Después de esta cena acudían todos a la Iglesia de la Villa donde se celebraba la misa del gallo. La niña iba vestida de pastora, con un traje a rayas sobre un fondo negro y un sombrero. Al finalizar y después de haber adorado al niño Jesús, regresaban a su casa donde, antes de ir a dormir tomaban chocolate caliente y las truchas preparadas por aquella fiel sirvienta Amalia, considerada un miembro más de la familia. Ya a lo largo de la noche, se podría decir incluso de madrugada, un grupo de amigos recorría las calles del pueblo tocando sus instrumentos de cuerda y cantando villancicos, ¡lo divino!, dándole la bienvenida a la Navidad. Y así seguían transcurriendo los días de ésta en las que los valores materiales apenas se tenían en cuenta y primaba lo espiritual y el saber compartir y el estar en familia, hasta que llegaban los días más especiales.

Mágico asimismo era el día de Reyes, no por el mero hecho de recibir regalos, sino por la inocencia y el sentimiento con el que los niños lo vivían. Al anochecer, algunos jóvenes paseaban por las calles haciendo sonar campanillas como preludio a lo que pasaría más tarde, así todos los niños acudían a escucharlos llenos de ilusión. Entrada la noche “los Reyes Magos”, repartían en cada hogar lo que buenamente podían, pues eran épocas de penuria y hambruna. En la mayoría de los hogares era costumbre que los niños recibieran como regalo naranjas o plátanos, en oros pocos si acaso una muñeca de cartón o alguna de trapo, como en el caso de esta niña, mi madre, quien después de haber recibido su regalo, salía a la calle con él como era costumbre, para compartir y jugar con el resto de los niños.

Y hoy esta niña, mi adorada y amada madre, el personaje central de esta historia, tras haber criado y trasmitido a sus hijos los valores que desde pequeña le fueron inculcados: generosidad, amor, humildad, solidaridad y compasión por los más desfavorecidos, rememora con cariño y nostalgia junto a ellos aquellas navidades de su infancia que poco o nada tienen que ver con las actuales en las que lo que prima es el consumo al que nos incitan meses antes de su llegada y del que todos parecemos ser esclavos, eres lo que tienes. Y es así como este pensar nos hace ignorar todos esos principios y valores que todos, de alguna manera u otra, hemos aprendido y que sobrepasan ampliamente en ignorancia a los materiales.