2.12.08

LA IGLESIA CATOLICA Y LA REPRESION FASCISTA DEL NACIONAL CATOLICISMO

La tragedia de las víctimas de la Guerra incivil y de la dictadura de Franco es en estos momentos el elemento principal que centra el debate político y social. Con ese recuerdo, se ha revivido de nuevo el pasado más vergonzoso, oculto y reprimido. Algunos se enteran ahora con estupor, haciéndose los ignorantes, de acontecimientos que los ciudadanos, por transmisión oral y familiar fuimos conociendo al haberlo vivido en sus propias carnes. Otros, casi siempre los que más incomodidad les produce esos relatos, dicen estar cansados de tanta historia y memoria de guerra y dictadura. Es un pasado que vuelve con diferentes significados y matices, lo actualizan los herederos de las víctimas y de sus verdugos. Y como opinar es libre, muchos han acudido a las deformaciones para hacer frente a la barbarie que se despliega ante sus ojos. La jerarquía eclesiástica católica loa a sus mártires, trata de impedir y exige que se olvide a los que fueron asesinados con su bendición y en muchos casos con su participación directa, pues a muchos curas se les llegó ver con pistoleras por encima de las sotanas. Pero escandalosamente ellos tributaron honores y santificaron a los suyos. Los otros, los que aún son denominados como los rojos, son tratados como animales irracionales. ¡Qué pena de clérigos!

El conflicto y los olvidos no vienen de los violentos años treinta, sino de la trivialización que se hace de la dictadura de Franco, uno de los regímenes más criminales y genocidas, a la vez más bendecidos por la Iglesia católica que ha conocido la historia del siglo XX. Y si no repasemos las influencias del Obispo Albino y sus mesnadas en Tenerife y en las famosas reuniones del Hotel Aguere, donde se ordenaba a las Brigadas del Amanecer detenciones ilegales contra los que únicamente habían hecho defender sus ideologías y libertad democrática para después producirse baños de sangre, en una población que para nada llevó a cabo actos represivos contra los llamados azules, en estas ínsulas que sin embargo los otros, los que no eran fascistas si fueron perseguidos, masacrados dejando viudas e hijos en la mayor de las tristezas y de la hambrunas

Lo que hizo la Iglesia católica en ese pasado y lo que se dice sobre ella en el presente refleja perfectamente esa tensión entre la historia y el falseamiento de los hechos. "La sangre de los mártires es el mejor antídoto contra la anemia de la fe", declaró hace apenas un mes Juan Antonio Martínez Camino, portavoz de la Fascista Conferencia Episcopal, acerca de la represión franquista. "A veces es necesario saber olvidar", afirma ahora Antonio María Rouco, otro facha. Es decir, a la Iglesia católica le gusta recordar lo mucho que perdió y sufrió durante la República y sobre la las Guerra incivil, la otra violencia, aquella que el clero no dudó en bendecir y legitimar, entonces, según tienen el atrevimiento de manifestar impúdicamente, se están abriendo "viejas heridas" y ya se sabe quiénes son los responsables, ese clero conchabado con los criminales del franquismo, tan criminales, fascistas y asesinos, unos como los otros.

Franco y la Iglesia produjeron un levantamiento militar contra un Gobierno legítimo salido de la voluntad y soberanía popular, y una guerra que ganaron los sublevados, juntos y juntos gestionaron la paz, una paz a su gusto, con las fuerzas represivas del Estado dando fuerte a los cautivos y desarmados rojos, mientras los obispos y clérigos supervisaban los valores morales y educaban a las masas en los principios del dogma católico, que no cristiano. Hubo en esos años de partido único y religión, y además la tragedia de miles de ciudadanos fusilados, presos, humillados. Y es clero farisaico paseando a Franco bajo palio y de loas y adhesiones incondicionales a su dictadura y matanzas.

La Iglesia no quiso ni, al parecer, saber nada de las palizas, torturas y muerte en las cárceles franquistas. Los capellanes de prisiones, impusieron la moral católica, obediencia y sumisión a los condenados a muerte. Fueron poderosos dentro y fuera de las cárceles. El poder que les daba “su” ley, la sotana y la capacidad de decidir, con criterios religiosos para quienes debían purgar sus pecados y vivir de rodillas.

Todas esas historias, las de los asesinados y desaparecidos, las de las mujeres presas, las de sus niños arrebatados antes de ser fusiladas, robados o ingresados bajo tutela en centros de asistencia, escuelas religiosas y adopción, reaparecen ahora, después de haber sido descubiertas e investigadas desde hace años por historiadores y periodistas. Quienes las sufrieron merecen una reparación y la sociedad democrática debe enfrentarse a ese pasado, como han hecho en otros países. La Iglesia debía ponerse al frente de esa exigencia de reparación y de justicia. Así será como podrán evitar que las voces del pasado siempre le recuerden su papel de colaboración con el verdugo y le exijan pida perdón. Aunque ella sólo quiera recordar a sus mártires, en contraposición a lo que dice el Evangelio de Cristo y no la religión de Estado del emperador romano Constantino y, posteriormente, el nacional catolicismo franquista, en el que siguen inmersos para su condena espiritual y ante la sociedad., a la que ya están tardando en pedirle perdón y aprender a respetar las leyes del país y a dejar de hacer apología del terrorismo religioso

Fidel Campo Sánchez