12.2.09

¡SILENCIO SE PIENSA

Cuando tenemos la «desgracia» de asumir que el talento, cultura, instrucción y listeza son muy limitadas, pues intentan suplir sus carencias e incluso puede administrarse bien tan exiguo bagaje. Con independencia de las causas de su origen, esa evidente realidad nos puede conducir a reflexiones varias: tenemos que pensar las cosas más tiempo o más veces con el fin de intentar equivocarnos menos, para que nos engañen lo justo y para formarme criterio u opinión sobre lo que nos concierne e interesa. La limitación puede producir efectos colaterales de relajamiento o irritación, según los casos: si nosotros, que somos «medio tontos» y quizás lo parezcamos podemos llegar a entender, a prever, a interpretar hechos y cosas que la realidad confirma, ¿cómo es posible que tantos mejor dotados intelectualmente, no lo entiendan, vean o interpreten mejor?

Claro es, esta simplicidad reflexiva puede ser interesante cuando se proyecta a lo colectivo, a las gentes que votas en democracia, a las elites dirigentes de la sociedad. Y como tampoco somos capaces ni de divagar sobre los orígenes del pensamiento occidental, hace tiempo que se nos ocurre atribuir muchos de los males, miserias y errores que nos aquejan a que en los lugares de decisión no hay habitáculos con carteles en los que se lea el título de esta simple carta, en los que las mejores cabezas pensantes piensen con tranquilidad, con independencia y sin que ni carnés ni billetes oculten el prestigio y la solvencia.

Algunos de aquellos «padres» del pensamiento ya decían que éstos producían palabras que incluso los encarcelaban; el ocio asombrado hacía filosofar, y la poética lo embellecía privándolo o no de su significado. Casi por definición, las masas no piensan; se mueven por sentidos o por sentimientos, y ahora por imágenes fácilmente manipulables. Qué peligro alterar el orden: pensamiento, palabra, acción, imagen.

Todo parece indicar que la primacía del pensamiento no nos haría ver «Obamas» salvadores ni «Bushes» diabólicos, por no hablar de Israel o Palestina; por no citar a PSOE o al PP; por no mentar a gobiernos y oposiciones necias dirigirse a personas no menos necias y desinteresados todos en que los buenos produzcan ideas y «verdades» no sujetas a la manipulación y a las dialécticas huecas.

¿Por qué será que políticos, que dirigentes, que expertos, que banqueros, que empresarios o que asalariados nos equivoquemos tanto? ¿No será que la crisis es la de un ser humano desbordado y al límite de unas conexiones neuronales que produzcan sentido común o simple supervivencia? No tenemos remedio: que los dioses nos ayuden, si les fuera posible, a crecer en pensamiento positivo, ahora que la perversión humana nos quiere convencer de que podemos crecer «negativamente». ¡Silencio!