La dimisión de Mariano Fernández Bermejo como ministro de Justicia fue presentada como una decisión personal que otros miembros del Gobierno y del Partido Socialista trataron de ennoblecer, mientras en el resto de las formaciones políticas y la Judicatura se recibía la noticia como un desenlace inevitable. El propio Fernández Bermejo se encargó de ensombrecer la supuesta ejemplaridad de su gesto cuando, en vez de explicarlo en reconocimiento de su propio error, lo convirtió en réplica a la utilización que del mismo ha hecho la oposición. Su pretendida vehemencia fue sustituida por palabras elusivas respecto a las causas de la renuncia; de igual modo que la radicalidad tantas veces revanchista de su verbo acabó traicionada por imágenes que evocaban tiempos pasados. Sería una simpleza admitir que el ministro Bermejo dimitió por cazar sin licencia en territorio andaluz. Si acaso esto fue la gota que colmó un vaso ya repleto de excesos y defectos. De excesos en sus maneras, a menudo broncas o impropias del cargo que ocupaba, que contrastaban con la apertura de un período de apreciable distensión en las relaciones políticas a partir de los últimos comicios generales. De defectos a la hora de dar solución a los graves problemas por los que atraviesa la Administración de Justicia, que habían desembocado en la convocatoria de una huelga de jueces el pasado día 18 tras desencuentros que el ministro reiteradamente presentaba como consecuencia de la especial inquina que al parecer sentirían numerosos miembros de la carrera judicial hacia el Ejecutivo socialista.
Es probable que la personalidad combativa de Bermejo contara para su designación por parte del presidente Rodríguez Zapatero, y en esa medida su conducta debería extender el reproche a quien le encomendó tan delicada cartera ministerial. El nombramiento de Francisco Caamaño, hasta ahora secretario de estado de Relaciones con las Cortes, parecería corregir tan manifiesta equivocación. Un talante templado y proclive a la negociación y al acuerdo frente a la solidez mal entendida de un ministro que ha encontrado su lugar en las crónicas institucionales más por sus salidas de tono que por sus aciertos. La renuncia de Fernández Bermejo se ha producido en medio de la contraofensiva que el Partido Popular había lanzado acusando al Gobierno y al PSOE de inducir la instrucción judicial del 'caso Correa' y de violar un día tras otro el secreto del sumario. Puede entenderse, en este sentido, como un triunfo del PP ante un Ejecutivo que no ha tenido más remedio que desprenderse del lastre que suponía Bermejo tras su irregular participación en una cacería con el juez Garzón. Pero sería un error que los populares se encelaran ahora en su pulso con los socialistas, porque lo importante es que la rectificación del Gobierno sirva para recuperar la sintonía política e institucional necesaria para resolver los problemas de
Fidel Campo Sánchez