Los homínidos se encaminaron hacia la evolución una vez que las tribus más avanzadas entendieron que la guerra no era la única forma de relacionarse entre ellas. Su primer contacto con la inteligencia se produjo cuando atisbaron que no sólo había otras formas de relacionarse, sino que además todas eran mejores. La percepción de la diferencia fue seguida por el respeto a la diversidad, y éste por las técnicas de cooperación y la división del trabajo, anticipando la moderna teoría de juegos.
El discurrir posterior no es lineal. La humanidad experimentó importantes avances y sufrió espantosos retrocesos, pero la resultante de este par de fuerzas se empeña en apuntar hacia el futuro. La tensión se reprodujo cuando dimos en organizarnos a través del derecho. Nunca me ha gustado la idea tomista de la ley como recta ordenación de la razón orientada al bien común y promulgada por quienes creen tener autoridad. Presupone una potestad superior monopolizadora de la razón, que como tal -y en cuanto tal- impone (teocracia). Prefiero construcciones más horizontales. Los humanos pactamos la transición del “estado de naturaleza” a la integración social. No nos agrada soportar imposiciones supremas cuales son las que “ordenan y mandan”, tanto en lo religioso, judicial o político
Mucho más atractivos son los planteamientos ilustrados. Alguien dijo que las buenas leyes deben ser “tratados de paz” entre fuerzas rivales que buscan garantizar -mediante transacciones honorables- la convivencia armónica de los distintos, plurales y legítimos intereses presentes o latentes en las comunidades sociales (equidad). Algunas veces la tolerancia se confunde interesada e imprudentemente con el relativismo moral (afirmación de la equivalencia moral entre diversos sistemas morales competidores), peligroso ejercicio de simplismo que estimula la identificación de algunos sectores sociales con expresiones de autoritarismo, de los que vivimos y, lamentablemente, nos está tocando vivir y sufrir.
Fidel Campo Sánchez