«Hay algo podrido en el Estado de Dinamarca»
William Shakespeare: 'Hamlet. Acto I. Escena IV
Seguro que coincidimos en las cualidades y rasgos que debe reunir un político: que sea honrado, trabajador, capaz, con ideas, con proyectos, que ilusione, que tenga empuje, que sepa escuchar y que hable con todos, que actúe pensando en el bien común, que gobierne para todos, que no margine a los que piensan de forma diferente a la suya, que no practique el nepotismo, que no esté pluriempleado, que pacte con los contrarios si esto beneficia a la sociedad, que atienda a los más necesitados, que sea austero, que no despilfarre y, en definitiva, que esté en la política para servir, no para servirse de ella, como con demasiada frecuencia vemos que ocurre.
Comprendemos que es difícil encontrar a un mirlo blanco, pero de eso a admitir sin rechistar a algunos de los impresentables que ocupan puestos de responsabilidad va un gran trecho. Una cosa es no buscar a un superhombre y otra consentir que ocupen el sillón un caradura o un inepto, de los tantos que abundan en esta mamandurria canaria.
Del amplio colectivo de los impresentables, hay dos grupos que nos llaman la atención: los ladrones y los que se vuelven tontos (sí ya sabemos que en ocasiones es difícil separar a unos de otros). En relación con el segundo grupo, el de los que se convierten en idiotas, siempre nos hemos preguntado qué rasgos psico-sociales explican que algunas personas se transformen cuando llegan al poder. En este grupo situamos a los que usan como si fueran propios los recursos públicos, gastan cantidades excesivas en la decoración del despacho o en un coche oficial y aceptan sorprendentes regalos y condiciones “singulares'” en sus préstamos personales y en sus hipotecas. Algunos se olvidan de la importancia de la imagen pública y se van de pesquería en yates de los empresarios, conducen coches de lujo y se dejan fotografiar en la cubierta de un yate, de unos de los “patrones” aquellos que financian las campañas electorales. Claro que bastantes de esas actividades no son por sí mismas un pecado ni un delito, pero estéticamente no quedan bien cuando la cifra del paro se acerca a los cuatro millones y se habla de la necesidad de apretarse el cinturón, de no despilfarrar; menos aún cuando algunos proclaman que están muy cerca de la clase obrera cual pudiera ser los autodenominados del PSOE-PP ¿Cómo no recuerdan la frase que, según Plutarco, pronunció Julio Cesar: «No basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo»?
Perdón, antes de seguir debemos subrayar una obviedad: la mayoría de los que se dedican a la política son honrados, ¡faltaría más! Queremos recordar lo que dijo alguien, que «El poder sólo corrompe a los corruptos, hace golfos a los que son golfos e inmorales a los que ya lo eran antes». Y el refranero advierte: «Al ruin dadle cargo y sabréis quién es».
Nos detenemos en el grupo de los que roban. La información que nos proporcionan los medios de comunicación asusta y escandaliza. En el año 2006 fue la “Operación Malaya'” (se detuvo a más de veinte personas -comenzando por la alcaldesa de Marbella- por: prevaricación, cohecho, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, maquinación para alterar el precio de las cosas, estafa a la Seguridad Social, blanqueo de dinero.). Después sucedió una larga lista de escándalos. En los últimos meses nos encontramos con: la '”Operación Gürtel”', que implica a altos cargos del PP. En el “Caso Arcos”, la Fiscalía Anticorrupción imputa al alcalde socialista de Alcaucín por delito urbanístico. Y en la “Operación Molinos'” se ha detenido por presunta implicación en corrupción urbanística a la alcaldesa de La Muela (Zaragoza); en este caso el grupo “manchado” es el PAR. Y no digamos, aunque si debemos decirlo las corruptelas en esta mamandurria canaria.
El Parlamento Europeo acaba de aprobar un informe en el que, de forma muy dura, se señala que el cemento y el hormigón han provocado la destrucción de zonas costeras del Estado español, incluida Canarias Se indica que las construcciones han afectado a la integridad medioambiental y que constituye una pérdida irreparable de la identidad de muchas zonas y del legado cultural. Se denuncia que esa destrucción se ha producido “por la avaricia y la conducta especulativa de algunas autoridades locales y miembros del sector de la construcción”, y que se ha generado “una forma endémica de corrupción. También se acusa a las autoridades locales y regionales por su '”laxa interpretación de los actos cometidos”.
¿Cómo es posible que los sinvergüenzas piensen que pueden seguir robando, día tras día, sin fin y sin medida? ¿Cómo no son los partidos políticos los primeros en denunciar los casos de comportamiento indebido que ocurren en sus filas? ¿No es sospechoso que algunos de los que llegan a la política acumulen en poco tiempo una fortuna? ¿Por qué no se investigan esos casos? ¿No estamos ante un problema muy serio que exige tomar medidas? ¿Cuántos jóvenes, movidos por un ideal, dicen: «Me gustaría dedicarme a la política»?
En un barómetro de opinión, realizado en Canarias, se obtenían, entre otros, los siguientes resultados: el 70% de la población estaba de acuerdo con la afirmación: «Los políticos no se preocupan mucho de lo que piensa la gente como yo». También, el 71% afirmaba: «Esté quien esté en el poder, siempre busca sus intereses personales». Por otro lado, se constata que el primer sentimiento que la política inspira a la población es el de desconfianza, y a continuación indiferencia y aburrimiento y, en algunos casos indignación al ver como se pisotean los ideales de las personas.
la corrupción se extiende las instituciones pierden su credibilidad y se socava el sistema democrático.
¿Qué hacer contra la corrupción? Estimamos que al respecto se debe aplicar el estricto cumplimiento de los principios éticos, dedicación al servicio público, austeridad en el uso del poder
Es decir, estas y otras disposiciones legales indican que existen bastantes medios para combatir la corrupción; por tanto, el problema debe estar en su aplicación y en la vigilancia.
La política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. La crítica al mal funcionamiento de los partidos no puede quedarse en un comentario en la barra del bar. La salud de la democracia nos incumbe a todos. Los ciudadanos tenemos que opinar porque los asuntos que se tratan en los ayuntamientos y en los parlamentos son los nuestros. No podemos ser apolíticos. Por omisión también influimos en lo que sucede en la sociedad. Si dejamos hacer, si consentimos los atropellos, somos cómplices.
Otra cosa: con demasiada frecuencia, a los que están en el poder les molesta que la gente hable, opine, pregunte, proteste; les encanta que la población esté muda, que deje hacer, que se olvide de sus derechos, que se resigne. Pues bien, la respuesta debe ser la contraria: participar y alzar la voz.
Fidel Campo Sánchez