28.4.09

MI AMIGO ZENÓN

Aunque su DNI dijera José Norberto, la realidad pura lo llamaba Zenón. Zenón el fotógrafo, en honor a su padre. Así se le conocía en toda la ciudad de La Laguna. Yo creo que él empezó a morir cuando tuvo que cerrar su estudio en la calle La Carrera…Allí acudían políticos de diverso matiz, todo él, cómo no, se trataban cordialmente. Artista plásticos, como Pedro González, o el palmero Juan Lorenzo, políticos como Domingo Medina, escritores-comentaristas como el amigo Fidel Campo, abogados como Paco Tray, miembros de diversas asociaciones, Hermandades y Cofradías y gente de todo oficio y condición adornaban aquella improvisada tertulia, en ocasiones hasta interrumpiendo la acera… ¡Recordar da sentimiento!

Se acercaba todas las tardes a los talleres de los hermanos Wenceslao, como a las cuatro y media de la tarde, cabalgando en su flamante moto. Era un milagro que la máquina aguantara, en equilibrio inestable, toda aquella excesiva humanidad… Entraba sin tocar a la tertulia amena, que los mencionados hermanos Wenceslao Yanes tiene al lado de mi casa. Allí discutía, con acalorado voz, con Rafa, el mayor de ellos, más la sangre no llegaba nunca al río, valga la frase. Pues él sabía rematar la “disputa” con la sonrisa socarrona y el azul de sus ojos vivaces. Con Isidoro hablaba pausadamente y con Pacuco, su amigo del alma. Saludaba a Pepe, siempre inquieto y atento, cambiaba impresiones con el ingenioso Wence. Conmigo también discutía, ¡faltaría menos!...

Era todo un personaje de La Laguna, uno de los representantes más acendrados del lagunerismo, sin duda de los más populares. A él le encantaba que le llamaran artista, digno sucesor del auténtico Zenón su padre….”ahí van dos artistas”

Recordar da sentimiento. ¿Cómo está Zenón? Está bien, me contestaba su hermana Rosalba, siempre con su madre. ¿Qué le habrá pasado a Zenón?, era la pregunta del taller de artesanía metálica de los hermanos Yanes, cuando no venía. Ahora la pregunta es otra: ¿En qué calle del Cielo habrá dejado Zenón su máquina. Ahora ligera de peso, aparcada para siempre. Con quién podrá discutir, con peraltada voz y extender ahora la socarrona sonrisa y el azul de sus ojos vivaces? No sentirá jamás su moto el peso mórbido de su humanidad, no realizará el milagro de conducirlo a no se sabe qué lugar.

Ahora que se le echa de menos, ya no le podremos decir ¡cuídate, amigo Zenón!. Tampoco a él le diremos que se ha muerto, porque a él le diremos que se ha muerto, porque vive en nosotros, y porque a él no le gustaban las malas noticias.

 

Abril 2009.  Fernando Garciarramos y Fernández del Castillo.