En un pretendido intento de tratar de explicar a la juventud actual las causas y las posteriores consecuencias de nuestra execrable Guerra incivil nos vemos abocados de inmediato al axioma de los unos y los otros y a hacerles copartícipes de la obligación moral de decir que todos los seres humanos nacemos con ideas primitivas absolutas del bien y del mal. Miremos con ojos escrutadores al pasado para comprender el presente. Distingamos a unos políticos de otros, unos practicaban en su defecto la fenomenología, ya sea de la política de la antigua Grecia, donde de manera permanente se hablaba de democracia y a la misma vez del oráculo, se permitía el secuestro de la libertad consintiendo la esclavitud. Siempre el mismo anatema, lo inviolable y lo violable, los unos y los otros. Podíamos citar a varios escritores, filósofos en incluso poetas para tratar de dar una explicación concreta, pero tal vez se tendría que hacer uso de las teorías del filósofo alemán Friedrich Hegel, que a comienzos del Siglo XIX, trató de explicar la dialéctica interna del espíritu que presenta las formas de la conciencia hasta llegar al saber absoluto, o los métodos filosóficos desarrollados de Edmund Husserl. De nuevo, los unos y los otros, siempre con lo mismo.
Hay que establecer la pluralidad política y tratar de explicar que ganar o perder una guerra es un concepto existencial y su definición es siempre ambigua; tratar de definir políticamente la teoría personalizada del vencido y el vencedor puede ser abstracto en lo significado y significativo. Merece la pena recordar la Magna Carta Medieval, las Comunidades de Castilla, el espíritu de los pensadores más humanistas del Renacimiento, el Bill of Rights de 1689 con su declaración de los derechos humanos en sus diez primeras enmiendas y el Habeas Corpus de 1679.
Una Guerra Civil no la gana ningún bando, siempre la pierde el país. Sin tratar de hacer ningún tipo de demagogia sobre la pretendida Ley de la Memoria Histórica, estoy completamente de acuerdo con que se recuperen todos los cuerpos (de los unos y los otros) esparcidos por montes, valles y veredas dónde un día la guadaña de la muerte trabajó a destajo por fundamentalismo sectarios y religiosos. Había que desaparecer a los rojos, los que representaban las profundidades del averno para poder llegar a ese nacional catolicismo que sumió en la miseria a España y sus dominios coloniales, como en esta nacionalidad Canaria y a pesar de todo vemos como todavía vuela sobre nuestras cabezas el espíritu y, en algunos casos, hasta la letra del franquismo pues, tanto el PSOE como el PP están llegando a lo mismo, que la derecha sea quien junto el clero sigan mandando, que no gobernando democráticamente.
Fidel Campo Sánchez