Es de auténtico terror que el Vaticano afirme que los curas no son pedófilos, sino “efebófilos”. Evidentemente, la Iglesia Católica, cuando puede, y lamentablemente puede mucho, es muy amiga de echar balones fuera cuando no puede, tarde y mal, pide disculpas con la boca chica, y cuando no hace ni una cosa ni otra porque la presión mediática no es tan poderosa como para desenhebrar la madeja de sus ostentos hábitos.
Sacan su parafernalia a las calles, grandes pantallas de plasma, guaguas para transportar grandes masas de sectarios fundamentalistas con el falaz mensaje que, como decía Manuel Fraga, ministro de la Gobernación franquista, ¡la calle es mía!
No salidos de nuestro asombro con eso de la “efebofilía” ya que no se puede ser más cínicos cuando el vocablo significa la misma cosa, por ser respetuosos y no decir la misma mierda. Reconocemos que no toda la Iglesia de Roma, ¡que no de Cristo! está llena, ni mucho menos, de curas perversos. Durante muchos años estuvimos en colegio de curas jesuitas, ni uno abusó de nosotros si bien se decía, y quizás hasta se notaba que algunos de nuestros compañeros que estaban buenos y eran guapitos cayeron en las garras de algunos pervertidos.
En definitiva, que sólo los maricones tienen la culpa, porque ya que estamos en esto, poco hablan de los abusos y violaciones de sacerdotes a jovencitos y jovencitas con hijos no reconocidos, sino que es pura atracción por efebos, que es algo de los griegos. En fin, que hablen los niños/as, que son los que tienen la última palabra.
Y para finalizar señalamos que el vocablo “efebofilía” de raíz griega que se refiere a: varones de 18 a 20 años que se presentaban en la “efebia”, sistema de educación cívica y militar de adaptación al modo democrático del sistema espartano existente en Atenas desde el siglo V, a de J.C, una especie de servicio quizás para meritar como mancebo afeminado de algún alto personaje. En la Grecia antigua la homosexualidad tanto femenina como masculina era aceptada no era mal vista, pues para la cultura Griega la belleza era símbolo de adoración y admiración. Admirar la belleza de una persona joven, hombre o mujer era signo de distinción.
FIDEL CAMPO SANCHEZ