Para explicar hacia dónde van nuestros jóvenes y cómo son de violentos algunos de ellos a tan temprana edad, recordamos una cita muy descriptiva de su comportamiento extraída de un libro de Toole que viene al caso que ni pintado por su título 'La conjura de los necios'. Le dice un personaje de la novela de cierta edad a otro de menos: « ¿Lo ves? Siempre estás atacando. Eso es inseguridad, complejos de culpa, hostilidad. Si estuvieras orgulloso de ti mismo y de cómo tratas a los demás, serías agradable». ¿Tan difícil es hoy en día educar a un joven para que a la postre sea ante todo una buena persona? Quien tenga respuesta al enigma que deje su tarjeta en buzón de nuestro domicilio para ponerme en contacto con él y escuchar con atención sus teorías.
En una parte importante de la población juvenil se ha hecho fuerte la idea de que ser malo cunde. Por más que esté hablado, no se puede negar que en la raíz del problema está la deficiente educación, por partida doble. La principal educación es la que se recibe en casa, la de los padres, y esta hace aguas ante una sociedad que de alguna manera impone el alejamiento entre mayores y menores y sustituye la convivencia en familia por llevar a cabo fantasías de adulto que no son normales cuando se tienen once, doce o trece años. Un ejemplo, que los padres permitan a estas edades horarios nocturnos y actividades que nada tienen que ver con la edad y sí con los pajaritos mentales de los niños.
Todo a su tiempo que dijo el sabio, pero aquí los plazos se han adelantado, y en esta descabellada espiral surgen casos y hechos delictivos de chicos que hacen saltar las alarmas sociales ante violaciones de niñas y asesinatos en los que se ven implicados menores de edad, que torean durante los interrogatorios a la misma policía que no sabe qué hacer con ellos. ¿Tienen reorientación estas conductas que no han sido aplacadas en casa o en el colegio? Difícil pregunta también que queda para los sesudos expertos que en estos días se debaten sobre si adelantar la edad penal a los doce años para los delitos graves, o en cambio insistir en la mejora de nuestros centros de tutela de menores, en manos de las comunidades autónomas, para dar una segunda oportunidad de cambio a niños autores de violaciones y asesinatos. Es muy duro meter a la cárcel a un niño de trece años pero también es muy duro lo que ha hecho, máxime si tiene una mente criminal que puede volver a las andadas. Del menor se podrá sacar o no provecho en adelante, pero el grave delito cometido deja demasiado sufrimiento en el camino como para olvidarlo nunca. Los padres de la víctima, por supuesto que no lo harán. En su crecimiento, los jóvenes de hoy tienen demasiados enemigos fatales. A saber: entorno, rechazo social, oportunidades, empleo familiar, drogas, excesiva información y libertad de acción, la televisión y ahora también Internet, donde cabe todo lo bueno y todo lo malo.
Seguramente meter en la cárcel a un asesino de 13 años no sea la solución perfecta a nuestros males. Pero hay que convenir que este tipo de delincuencia va a más, preocupa, y cada vez se alzan más voces acerca de la necesidad de tomar otras medidas. La primera que nosotros tomaríamos es decidir de una vez por todas el tipo de educación que queremos para nuestros hijos, y que esta decisión sea el fruto de un gran consenso nacional donde se mojen todos. Otra medida es apoyar a las familias con problemas de conducta en alguno de sus miembros pequeños. Nos hace gracia que haya padres que acuden a programas de televisión para que les ayude a solucionar lo incorregible que es un determinado hijo, «porque ya no podemos con él», se alude. ¿Y va a poder la televisión? Lamentable, pero así es. Vivimos en una gran sociedad-escaparate donde la televisión hace de psicóloga, de pediatra, de juez, de arregladora de problemas familiares y personales, de buscadora de sueños y de historias, muchas de las cuales los chavales llevan en ocasiones a la realidad más brutal. Claro que no se trata de aplicar esa chorrada de poner sólo documentales y películas sin rombos. Bastaría con que nos cortáramos todos un poquito más para que las cosas estén en su justo sitio, respondan a la lógica, y los comportamientos sean los adecuados a cada edad. Nos preocupan más los mayores y el salto al abismo que hemos dado hasta llegar a distorsionar la convivencia a cambio de la avaricia, el egoísmo y la apatía y el desdén hacia los más cercanos a nosotros, como son nuestros hijos y su educación.
En 'La conjura de los necios', Toole viene a decir que cuando los principios se desmoronan, se impone el caos, la demencia y el mal gusto, y es entonces cuando más bajo caemos. Puedes educar a rajatabla a un niño, y a la vuelta de la esquina la policía te está llamando para decirte que ha sido detenido junto a otros por la violación de una niña que incluso tiene cierta discapacidad. Puedes dejar a su suerte a ese mismo niño0 y que se eduque en la calle, y te sale un gran emprendedor el día de mañana. ¿Qué es lo que hace entonces que los hombres y mujeres no incurramos en hacer el mal al prójimo? ¡Quien lo sabe…, aunque queremos pensar que el entorno familiar y una convivencia feliz tiene que influir mucho. No nos engañemos, la sociedad no tiene respuesta sobre lo que cabe hacer o no hacer con una mente criminal de trece años, consciente de que hay muchas culpas compartidas en la decisión fatal que ha tomado el joven en cuestión. Con más castigo, francamente, no creo que se arregle mucho. Pero la impunidad tampoco es posible y mucha de ella viene de la mano de la pésima educación que reciben nuestros hijos, desde dentro y desde fuera de su entorno. Cada vez que se produce un nuevo asesinato o violación a manos de un menor, unas voces alertan de la propagación del mal mientras otras piden sosiego ante lo que son casos aislados, que no deben llevar a tomar decisiones en caliente. Como diría Toole, los vientos de cambio pueden presagiar aún peores tiempos. Aplicado a la Ley del Menor, el trabajo que queda por hacer aún en nuestro país es muy grande y requiere de un mayor esfuerzo y concienciación sobre lo que está en juego. No vemos adecuado que un delincuente peligroso de doce o trece años viva entre rejas carcelarias el resto de su vida. Pero creemos que cada renglón de esta Ley debe cumplirse a rajatabla, y que estas mentes criminales de 13 años no deben abandonar sus centros de internamiento y reeducación hasta que estén ellos y los demás implicados convencidos de lo que es vivir en comunidad. Para llegar a este convencimiento, la reeducación, la rigidez y el cumplimiento de las normas deben extremarse en lo que comporta devolver a la sociedad a un asesino o violador.
Fidel Campo Sánchez