7.8.09

UNIDAD ANTE EL DOLOR PRODUCIDO POR ETA

En el sepelio por Diego Salva Lezaun y Carlos Sáenz de Tejada, celebrado bajo la presidencia de los Príncipes de Asturias y con la asistencia del presidente Rodríguez Zapatero, del líder de la oposición Mariano Rajoy y del lehendakari Patxi López entre otras autoridades, se convirtió ayer en el centro de una manifestación unitaria de dolor y repulsa que se hizo patente en concentraciones por toda España. La violencia terrorista no persigue otra meta que perpetuarse como poder fáctico; meta a cuyo servicio pone todos sus esfuerzos y justificaciones. Además a lo largo de décadas de barbarie la trama etarra ha desarrollado un extraordinario instinto de supervivencia, que le permite tanto aprovecharse de las fricciones que han podido surgir entre instituciones y partidos, como engrandecerse en el juego de espejos que establece frente a la unidad sin fisuras del Estado de Derecho y de los representantes políticos. Es ésta capacidad ambivalente para subsistir a cuenta de la división de los demás o para crecerse ante la unánime indignación de la sociedad la que ha permitido a ETA operar nada menos que durante cincuenta años, pasando a ser una de las siglas violentas más longevas del mundo. En momentos como estos es inevitable que cunda el escepticismo y afloren las dudas sobre la eficacia real de la lucha contra el terrorismo. Por eso es importante distinguir los dos aspectos de la misma. Por una parte, el compromiso que las instituciones y los partidos políticos mantener para afianzar el valor de la libertad y la confianza democrática de los ciudadanos y, por la otra, el esfuerzo dirigido a acabar cuanto antes y para siempre con la amenaza terrorista mediante los instrumentos legales y materiales del Estado de Derecho.

Es más que evidente que ni el llanto de la orfandad causada por los asesinatos ni la respuesta de la inmensa mayoría de la sociedad vasca y del conjunto de la española condenando sus actos logra conmover a los matarifes del terror. Pero no por ello deja de ser trascendental que la sociedad se reconozca en sus instituciones y en las leyes que emanan de éstas, y que la ciudadanía se vea retratada en la imagen de unidad que proyectan sus representantes públicos. ETA persiste en su empeño de desgastar matando la entereza cívica y la paciencia de los ciudadanos, para así procurarse la supervivencia. Pero la conmoción provocada por sus execrables atentados no puede ocultar ni la debilidad por la que atraviesa ni la marginación política y social que afecta a sus seguidores precisamente porque se muestran incapaces de romper con la espiral de violencia. En su sermón de ayer el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, se dirigió a sus feligreses señalando que «estos crímenes nos avergüenzan como vascos». El final de ETA está cada día más cerca porque los vascos no sólo sienten vergüenza por sus crímenes; sienten también repugnancia hacia los criminales del terror y hacia quienes les jalean. ¿Será preciso pasar por alto el Estado de Derecho y retornar a la aplicación de la ley de fugas o a lo execrable que muchos desean: un nuevo gal, sin la chapuzas del anterior? No, por favor sigamos actuando contra los fascistas terroristas con la dignidad que da la Democracia.

FIDEL CAMPO SANCHEZ