26.11.09

EGO ME ABSOLVO

El que decía sus pecados al confesor, y dentro de sus faltas señalaba como más grave no haber cuidado ni dado todo el tiempo necesario a sus padres enfermos. Su obsesión por cumplir con su trabajo, le había llevado a asistir al enfermo muy poco tiempo. Al otro lado de la rejilla, el sacerdote escuchaba y acogía las palabras de aquel hombre que se abría como un niño.

En su relato, indicó que vivía en otra ciudad, y cuando se desplazó para ayudar a sus padres, el tiempo de vida de sus progenitores fue menor de lo que se esperaba. El caso fue que en diez días escasos D. Basilio y doña María, que así se llamaban los difuntos, entregaron sus almas al Creador. El pecado era no haber atendido en vida a quienes le habían dado la vida, el error estaba en su escala de valores. No había consuelo. No era la primera vez que se confesaba de este hecho, pero no hallaba la paz.

El confesor lo miró con bondad, y le dijo -suave, mansamente- que hay cosas que hay que hacer en vida, y que lamentablemente si no se hacen en el momento oportuno, luego ya es imposible. Obvio. La muerte rompía nuestros esquemas. Quedaba por tanto aprender de la vida, aunque a veces la lección fuera amarga. Pero en aquella tarde, el párroco quiso ir un poco más allá y decirle que a veces somos sumamente injustos con nosotros y que quizá estuviera siendo más severo consigo mismo de lo que podrían ser los difuntos y por supuesto el mismo Dios. Seguro que las cosas no eran tan fáciles y también seguro no había habido la maldad que se había manifestado... Y el sacerdote le impuso como penitencia que se perdonase a sí mismo, que entendiese que Pedro también negó al Señor y que Tomás no creía en su Resurrección; que Jesús igualmente les amaba y les perdonaba pues su misericordia era infinita. El penitente salió reconfortado, se inclinó ante el Cristo de La Laguna y mansamente lloró... Cuando salió de la Iglesia, una sonrisa iluminaba su rostro..

Muchas veces he recordado esta historia y me ha ayudado, como sacerdote mormón, a comprender a los otros. Posiblemente, si nos aceptamos como somos, si nos perdonamos, si somos capaces de absolvernos y levantarnos de nuevo, es posible que la próxima vez y conociendo nuestro viejo paño podamos obrar y ser un poco mejores. Esto y a modo de mensaje previo a la navidad, lo dejamos para meditar a cerca del amor y la familia que encierran las fiestas navideñas