9.11.09

HONRAR A LOS MUERTO.

Esparcir flores sobre una tumba es simplemente el modo en el que una persona normal comunica con un gesto cosas que sólo un gran poeta podría expresar con palabras».


Es la primera ocasión que en esta columna citamos como encabezamiento estas profundas palabras de Chesterton. Hace ya unos años por estas fechas fue en otro artículo titulado «Halloween: muerte de la belleza en Canarias», en el que, como cada otoño desde hace más de diecisiete años, recurrimos a la sabiduría de los gestos, la liturgia y las costumbres para evocar la belleza, además de religiosa, estética y cultural de las tradiciones de honra a los antepasados. Y aunque, en palabras de una tribuna determinada tememos que se trate de una «batalla perdida», por honor y por el bien de nuestra sociedad es necesario seguir peleando por mantener viva una luz, la veneración a los difuntos, que cuando se apague simbolizará el final de esta nacionalidad. Si en su 'Historia de las Ideas estéticas en España' el sabio Menéndez Pelayo afirma que «un pueblo puede improvisarlo todo menos la cultura», nuestra nacionalidad necesita que desde el humanismo se defienda su patrimonio espiritual, artístico y cultural representado en fechas tan importantes como los Difuntos, la Navidad o la Epifanía (los Reyes Magos). Y si en un ensayo titulado 'Los derechos del ritual', se postula que «un hombre sin historia es, casi literalmente, un débil mental», en Canarias ya no se trata sólo de honrar a los difuntos sino, también, de defender su memoria histórica (la auténtica, no la manipulada por los políticos actuales españolistas y de otros signo) de los débiles mentales que han cambiado por una calabaza el legado de sentimientos, dulzura, poesía y mística de ritos tan sencillos, hermosos y románticos como depositar una flor en un camposanto

Débiles mentales que por la telebasura, desastrosos planes académicos, odio a la religión impropio de una democracia y mediocridad intelectual hermanada con la soberbia del nesciente hacen adorar y, lo peor, enseñan a adorar, al ritmo de baladas heavymetaleras de Iron Maiden a una calabaza desdentada en lugar de mostrar a los niños la paz, la sabiduría, la hermosura y el amor presentes, con o sin fe, en los ritos del Día de los Difuntos. Y lo peor es que si se trata de dar lecciones necrófilas, de terror, muertos, hechizos, brujos, hadas, aquelarres, santa campaña, meigas, fantasmas, espectros y otros oficios nadie nos puede dar lecciones, porque Canarias tiene infinitas narraciones sobre las relaciones entre el bien y el mal, cuentos de ánimas en pena, poemas dialogando con la muerte y de la vida, o leyendas como el 'Miserere' de Bécquer que describen el miedo, la muerte y lo siniestro aunándolo con la historia y la sabiduría mucho antes de que Estados Unidos existiese y nos invadiese con sus calabazas.

Canarias debe ensalzar sus tradiciones y enseñar a sus hijos, como, que «el último paso de la vida es morir y se muere como se ha vivido», inculcarles la estética del romanticismo trascendental de las tradiciones del día de los Difuntos, y hacerles comprender que el legado de costumbres con que honramos los canarios a nuestros antepasados expresan la paradoja existencial de tener que morir cuando el amor es más fuerte que la muerte. Ideas y emociones que son herencia de los antepasados en los gestos, liturgias, dichos, cantos, romances y leyendas que todavía hoy recuerdan que la muerte no es una mascarada, broma, baile o disfraz, y menos una calabaza, sino un misterio supremo, dolor absoluto, separación terrible, adiós definitivo de los que nos amamos hasta que allende las estrellas, las montañas y los mares nos reencontremos ante el Creador.

Con el acervo musical, pictórico, literario, escultórico y arquitectónico, y hasta gastronómico (baste pensar en los huesos de santo) sorprende la vulgaridad y mediocridad a la que la telebasura y los planes de estudio manipulados por los políticos (de derechas y de izquierdas) han llevado a nuestra sociedad, hasta la desvergüenza de cambiar una visita a un cementerio donde yace un ser amado por una fiesta medio gore y paleta en torno a una calabaza. Calabaza iluminada que con su siniestra y desdentada sonrisa simboliza cómo una mayoría de canarios, por lo general los que más atacan a los Estados Unidos, deformando el contenido celta y católico del Halloween norteamericano e irlandés, ha decidido que la muerte es cosa de chiste, carcajadas y consumismo y no motivo de mística y romántica visita a los muertos vivos en la memoria de la historia y del amor. Nada nuevo bajo el Sol, escribieron los Libros Sapienciales que hay un tiempo para llorar y un tiempo para reír, y también afirmaron que el necio no sabe cuándo llorar y cuándo reír, y hoy nuestro noble pueblo no sabe llorar a difuntos sino reír a una calabaza. Aunque sea un brindis al sol, ojalá estos días de noviembre sean ocasión para, en una visita al camposanto donde reposan, con apasionado, humanista y romántico amor, honremos a nuestros muertos con una oración, un poema, un beso y una flor.

FIDEL CAMPO SANCHEZ