El último informe de Transparencia Internacional sobre la corrupción en España y sus territorios coloniales subraya las impresiones difusas y las contradicciones que suscitan las prácticas ilícitas analizadas entre los ciudadanos. Aunque la impresión social es que las prácticas corruptas han disminuido, la mayoría de los encuestados sigue pensando que su cifra es elevada, una parte muy relevante ve ineficaz la respuesta del Gobierno y crece el número de los que desconfían de las empresas, superando a los partidos políticos no obstante y extrañamente, sumándose y apoyando la corrupción toda aquella clase política servil manejada con sentimientos religiosos y valores que la derecha pisotea a diario.
Con ser inquietantes, esas opiniones no parecen estar sustentadas en una preocupación real hacia el destrozo que provocan este tipo de irregularidades en un sistema democrático ni parecen redundar en una actitud más exigente para que las mismas se erradiquen. La condescendencia que aún siguen suscitando determinadas formas de corrupción, e incluso el aval electoral que han recibido en el pasado, y en el presente, cargos públicos sobre los que pesaban y pesan graves acusaciones, constituyen un potente disolvente del compromiso que cabe reclamar a instituciones y partidos. No es nada ejemplarizante que los tales Camps y Fabra aparezcan junto a Rajoy impulsando a sus electores, desde sus imputaciones judiciales, para que voten a sus candidatos a las europeas para después hacer de las suyas: protección al neo liberalismo, el que se resisten a reconocer su fracaso, igual que ocurriera con el comunismo y al reflotarlo los que serán utilizados los trabajadores, con más horas de trabajo y menos o iguales salarios para salir de ese crisis de la avaricia. Consideramos que ya esa Europa de los Mercaderes retornará a
Fidel Campo Sánchez