Al nacer, el infante sentiría miedo de morir si un destino no lo protegiera de cualquier conciencia de la angustia implícita en la separación de la madre y de la existencia intrauterina. Aun después de nacer, el infante es apenas diferente de lo que era antes del nacimiento; no puede reconocer objetos, no tiene aún conciencia de sí mismo, ni del mundo como algo exterior a él. Sólo siente la estimulación positiva del calor y el alimento, y todavía no los distingue de su fuente: la madre. La madre es calor, es alimento, la madre es el estado eufórico de satisfacción y seguridad. Ese estado es narcisista, usando un término de Freud.
En estrecha relación con el desarrollo de la capacidad de amar está la evolución del objeto amoroso. En los primeros meses y años de la vida, la relación más estrecha del niño es la que tiene con la madre. Esa relación comienza antes del nacimiento, cuando madre e hijo son aún uno, aunque sean dos. El nacimiento modifica la situación en algunos aspectos, pero no tanto como parecería. El niño, si bien vive ahora fuera del vientre materno, todavía depende por completo de la madre. Pero día a día se hace más independiente: aprende a caminar, a hablar, a explorar el mundo por su cuenta; la relación con la madre pierde algo de su significación vital; en cambio, la relación con el padre se torna cada vez más importante.
La relación con el padre es enteramente distinta. La madre es el hogar de dónde venimos, la naturaleza, el suelo, el océano; el padre no representa un hogar natural de ese tipo. Tiene escasa relación con el niño durante los primeros años de su vida, y su importancia para éste no puede compararse a la de la madre en ese primer período. Pero, si bien el padre no representa el mundo natural, significa el otro polo de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, de la ley y el orden, de la disciplina, los viajes y la aventura. El padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo. En esa evolución de la relación centrada en la madre a la centrada en el padre, y su eventual síntesis, se encuentra la base de la salud mental y el logro de la madurez. El amor del padre a veces es incomprendido de ahí que alguno de nuestros hijos haya podido sentirse decepcionarnos pero… siempre ese amor de padre hace que la incomprensión se torne en más amor. El padre perdona y lo que es mucho más importante olvida el desagravio que haya podido cometer aunque éste de produjera como consecuencia de ensalzar a alguno de sus hijos. ¿Cómo no estar orgulloso de cualquiera de nuestros vástagos ?
Nosotros, los padres de la postguerra incivil, fuimos educados en valores que hemos procurado trasmitir a nuestros descendientes, aunque a veces, en algunos casos, no hayamos podido lograr que se mantengan tal y como nosotros deseábamos pero… en general y con satisfacción podemos comprobar que hemos logrado la más exacta trasmisión de los mismos. Puede darse el caso que por exceso de amor hayamos cometido algún error, para nosotros de poco importancia, aunque para alguno de nuestros hijos lo haya podido considerar como ofensivo, al interpretar que lo hemos utilizado y no darse cuenta ese hijo que antes de ofenderse con quien tanto lo quiere debió pensar bien que lo que hacía no era lo más correcto hacia quien lo único que pretendía era dar a conocer algo que deseaba fuera trasmitido y pudiera ser compartido para que “per se” pudiera permanecer. Nunca un padre, una madre hacen nada para perjudicar a los hijos, todo lo contrario se sacrifican por ellos sabiendo que en muchos casos tendrán que soportar algún desdén porque lo incompresible, más que la posibilidad de comprender, es la imposibilidad de sentir.
Por todo ello y como caminamos hacia el fin de nuestros días, aunque siempre con ánimos renovados, y en este año 2010, señalamos que nosotros vemos el perdón como el agua que extermina los incendios del alma, El que ama, perdona y olvida, hoy lo dice un padre, mañana a los hijos se lo dirá la vida misma, con las desilusiones, los desengaños y….
“Est humanum errare, divinum ignoscere (Errar es humano, pero perdonar es divino)”
FIDEL CAMPO SANCHEZ