En plena calle de la Carrera y más concretamente en la cada propiedad actualmente de la emblemática Librería El Águila, fue al estancia de un personaje entrañable y muy singular. Nuestro personaje se llamaba Desiteo y era miembro de una honorable familia lagunera.
Siendo pequeño sufrió una meningitis de la que se salvó no se sabe cómo, de pura casualidad.
Fue ese el motivo por el que quedo un tanto limitado de sus cabales. Tenía infinidad de maneas, según nos dicen lo más viejos del lugar pues es sabido que por entonces no vivíamos en Aguere y, por tanto, no lo conocíamos. Sus manías eran producto de su limitación y frecuentemente le daba por miras a todo el que pasaba a su alrededor, señalándolos con un característica sonido gutural para que les prestaran atención y motivaba quedado los muchachos se parasen para ver quien era quien les interpelaba con ciertos monosílabos entrecortados- De ahí no pasaba el pobre señor y los chicos se echaban a correr después de hacerle alguna pillada, riendo de tales ocurrencias. Fue cundiendo la humorada y eran entonces los muchachos quienes buscaba a don Desiteo, citándole par su nombre que acudía presuroso para interrogar al primero que hablaba, con sus conocidos monosílabos.
Como el nombre de este buen señor se asimilaba perfectamente al hecho de citar, pronto le pusieron el nombre de “don Citeo”. Se producían escenas hilarantes, no exentas de respetuoso afecto al que era, sin duda alguna, un respetable caballero. Don Desiteo, a veces desaparecía de la escena callejera y se pasaba varios días y hasta semanas sin verlo en nuestras calles. De pronto volvía a las andadas. Era que seguramente su familia y su cuidadora, doña Bárbara, no le dejaban salir de su casa para que no sirviera de burla a los chicos. Que lejos de reírse lo que deseaban era llevarle la corriente al pobre de don Desiteo, que estimamos era su forma de divertirse de lo lindo, con sus propias ocurrencias.
De pronto dejó de salir a la calle y los chicos se olvidaron de él y los que no lo eran también, hasta ahora que in mente sale al encuentro de nuestro caminar desde lo más recóndito de los recuerdos de quienes no contaron la historia de este inocente lagunero. Su figura hasta cierto punto venerable, con su permanente traje gris y cubierto de un sombrero Borsalino negro, le daban todo un aspecto de un seráfico personaje, cuya silueta aún se mantiene viva en la imaginación de los que en aquellos fechas eran mozalbetes empezando a vivir. Don Citeo, que buenos ratos pasaban a tu lado los que te conocieron y trataron. Todavía recuerdan aquel estribillo de: Desiteo, macabeo, abre el c.. u mete el dedo”. Dicen los que le conocieron que corrían y él, rezaba toda una letanía de insultos y maldiciones mientras les tiraba unas piedrecitas que llevaba siempre en el bolsillo para estas ocasiones.
FIDEL CAMPO SANCHEZ